Aprovecho unos días de ocio, sin la obligación de escribir a diario, para coger una gripe, lo que ya es el colmo del utilitarismo más desgraciado. Cualquier enfermedad pasajera es siempre un pretexto legitimo para el absentismo, y una excusa perfecta para amodorrarse entre sabanas mientras el resto del mundo sigue haciendo sus cosas fuera de la ventana de la habitación. Pero, un trancazo en período vacacional es un imprevisto lamentable que frustra las mejores expectativas. En ese estado, semicomatoso y abotargado, pude contemplar en los noticiarios de televisión las imágenes de los destrozos habidos en el aeropuerto de Barajas por el bombazo que se atribuye a ETA, o a una facción de ETA distinta de la que negociaba con el Gobierno de Zapatero, quien el día anterior al suceso se había manifestado optimista sobre el desenlace del proceso de paz. El hecho de que la banda, o una parte de la banda, rompiese la tregua mediante un aviso de bomba, produce desconcierto, porque no parecía el comportamiento habitual de los terroristas en circunstancias precedentes. Acto seguido veo pasar en televisión los rostros abrumados del ministro del Interior y del portavoz de la izquierda abertzale. El señor Rubalcaba, entre balbuceos, le atribuye el atentado a ETA, mientras que el señor Otegui, al que se supone más próximo a la organización, no lo da por seguro, a expensas de que un próximo comunicado lo confirme. Poco después llega la noticia de que dos personas, muy posiblemente dos trabajadores ecuatorianos, pueden haber perecido bajo los escombros, al haberse quedado dormidos dentro de sus vehículos y no secundar las órdenes de desalojo del aparcamiento dadas por la Policía. Tras esto, aparecen en pantalla los primeros representantes de la oposición para culpar al Gobierno de lo sucedido, y los directivos de una asociación de víctimas para convocar una manifestación con el mismo objetivo. A todos ellos se les aprecia más satisfechos que entristecidos y, como decimos en España, «cargados de razón», una expresión terrible que equipara los argumentos lógicos con la munición de bala. A la mayoría de estos señores les recuerdo haber oído, antes de que explotara la bomba de Barajas, que el presidente del Gobierno estaba rendido ante ETA y pactaba en secreto la entrega de Navarra a Euskadi y la posterior independencia de esa comunidad autónoma como precio por la paz. Un perfecto disparate, que no por repetido deja de serlo. ¿Si fuera cierto, y ETA pudiera conseguir ese objetivo pacíficamente, qué interés tendría en ponerlo en peligro con un atentado de esas características? No obstante, esa aparente discordancia nos la explica don Luis María Anson en «El Mundo». Según el veterano periodista y conspirador, ETA le advierte a Zapatero que si no cede a sus pretensiones «se encontrara, por un lado, con el terrorismo salvaje y, por el otro, con la narración pormenorizada de las negociaciones, las trapisonderías, las concesiones y la zapatética bajada de pantalones». Y todo eso, ya lo adivinamos, será publicado en cómodos plazos por «El Mundo», en una forma parecida a como se hizo con el «caso GAL». Al final va a resultar que ETA, o quien sea que haya puesto la bomba, trabaja para que Zapatero salga del Gobierno cuanto antes.