o me atrevo a sacar conclusión alguna sobre la decisión municipal que mi colega Escandón tituló como «El Pleno de los Elogios». En él se proclamaron distinciones y honores a unos ilustres vecinos de la villa. Son todos ellos relevantes a los que personalmente admiro, y con alguno mantengo entrañable amistad.

La estadística es evidente: Gijón, como es sabido, sigue sin contar con categoría urbanística y calidad balompédica. Escandón descubre en su recuento que tampoco contamos con personas aquí nacidas que merezcan ser distinguidas como gijoneses de primera. Pudiera ser que los ediles del PSOE, PP e IU no supieran dar con ellos, toda vez que en la actual Corporación también figura tanto foriatu, que apenas conozcan gijoneses de cuna.

Si descontamos a Rodríguez San Pedro, Dionisio Cifuentes, Nicanor Piñole, Fernández Miranda, García Rubiera, Fermín García Bernardo, Orlando Pelayo, Arturo Fernández, Aurelio Menéndez, Luis Adaro y el padre Díez Alegría, los demás distinguidos son foriatos.

Puede resultar significativo que en el escudo de la villa figure el rey don Pelayo, que, aunque no llegó en patera, también fue un inmigrante.

No pretendo formular juicios de valor. Solamente constato.

Y lo hago cuando no parece ser bien visto tender hacia el nacionalismo.

Lo que siempre se conoció como la «patria chica».