o hay que desechar la idea de que en un futuro más o menos lejano Llanes vuelva a tener plaza de toros. «Chez nous» la afición taurina se remonta, cuando menos, al siglo XVI (antes de que se vieran por aquí gaiteros), y eso no es humo de pajas ni moco de pavo. Desde que Laurent Vital reflejó el viaje que hizo Carlos, nieto de los Reyes Católicos, para tomar posesión de la Corona de España, en cuya crónica se relata la estancia del príncipe en la villa y la lidia que le regalaron los llaniscos, nos han quedado grabadas en la memoria común imborrables referencias taurinas. Rafael Guerra, «Guerrita» (1862-1941), era oriundo de La Malatería, y a Llanes se vinculan profundamente los nombres de Esparterito, que debutaría en 1922 en la plaza de Vista Alegre de Madrid, y de Alfredo Corrochano Miranda (1912-2000).

Tampoco han faltado aquí cosos. La primera plaza de la que se tiene noticia estaba en La Concepción y había sido proyectada por Nicolás Rivero. Se inauguró en julio de 1894 con Mazanttini. En el libro «La tauromaquia», de Vázquez, Gandullo y López de Saá (publicado hace más de cien años), se dice que tenía un diámetro de 48 metros y una cabida para 5.000 espectadores: «Se celebran en esta plaza dos corridas de toros al año. (...) Consta de dos pisos, en los que hay tendidos con barreras, contra-barrera y filas de asientos sin numerar; delanteras y asientos de grada y palcos con capacidad para diez personas cada uno». La comisión de fiestas de la Magdalena pensaba contratar en 1896 a Guerrita, pero el conflicto bélico de Cuba truncó los planes. Se abrió entonces un paréntesis de tres lustros sin toros, si bien en América los emigrantes llaniscos seguirían dando muestras de su afición a la fiesta nacional (en México organizaban corridas por las fiestas de la Virgen de Covadonga).

A partir de 1905 los buenos aficionados de Llanes, como Pedro Pérez Villa («el Sordu»), Alfredo Martín («el Roxu»), Eladio Bengoa y Alejandro Antolín («el Guarni»), iban a Santander a la feria de Santiago, primero en tren y luego en los autocares de Laureano Morán.

De un modo intermitente, a lo largo del siglo XX habría toros en la villa. Se produjo un cierto resurgimiento en 1910, merced a la iniciativa de la peña La Taurina, auspiciada por Bengoa, y los festejos taurinos se harán patentes con más o menos intensidad en las décadas de los años veinte (en 1923 se inauguraría la plaza de El Rinconín), treinta, cuarenta y sesenta. En la II República se organizaban becerradas en las que compartían cartel «espadas» que tan sólo dos años después militarían en los bandos enfrentados en la guerra civil (Laureano Morán y Sixto Velasco, en el lado republicano; Regino Muñiz y Vicente Cotera, en el nacional).

Después de 1939 el arte de Cúchares se reavivaría gracias a Ernesto Luque, yerno de la marquesa de Argüelles, que reconstruyó la plaza, y al calor de ese fuego un grupo de entusiastas encabezado por Carlos Posada y Antonio Miguel Dosal crearía una nueva peña para «fomentar la fiesta nacional y ayudar a las instituciones benéficas llaniscas». Nada menos que Manolete pudo respirar ese ambiente cuando pasó por Llanes en agosto de 1947. El diestro, que se ofreció a venir a torear al año siguiente, fallecería poco después en Linares.

El Rinconín, en el que había llegado a actuar el rejoneador Álvaro Domecq (1945), acabaría su ciclo, pero en los años sesenta entraría en la historia la plaza de Arestín, en Cue, una hondonada natural en la que escribirían sus mejores gestas los legendarios Pepete y Miguelete.

Con todo este panorama en el retrovisor, ¿cómo no soñar con la posibilidad de reanimar la taurofilia llanisca?