La estupidez humana es la que es. Traía LA NUEVA ESPAÑA del viernes día 2 de febrero, cómo en muchas ciudades, que, por unos minutos, habían apagado sus luces, todo ello con el fin, no de ahorrar energía, sino de que al aire fueran menos las partículas de CO2 que a él van, siendo, de esa manera, la forma de que podamos llegar a resolver el problema ése, el medioambiental.

Digo yo. Tomadura de pelo. Baba le caía a nuestra ministra de los medios ambientes, esa incapaz de resolver problema alguno y que nos cuesta un ojo de la cara cada uno de sus proyectos, ésos que inaugura una y otra vez. Preguntarle habría ¿de qué se alimenta eso que llama desaladora? Lo que no es una lavadora, tampoco una batidora. Ahora llamadme machista, me encanta. Eso que es toda una planta que consume energía por todas partes, a chorros, la que no se produce en aquellos lugares donde quiere implantarlas y que expele una cantidad de mierda que sólo la paupérrima necesidad pudiera llegar a exigir. Naturalmente, las constructoras, encantadas.

Más cercana a la señora ministra nos consta el concejal de la villa dedicado a tales menesteres, don, don, dondon, que olvidé nombre y apellidos de quien esta ahí, para eso de É, y nos cuenta que. ¿Qué nos cuenta? Pues lo de siempre. Hay que comprar coche, pagar el impuesto, el de la compra, luego ese otro, además ese de aquí, también el de allí. Por otro lado debe asegurarlo, de paso pagar el impuesto que viene en el recibo, el iva, el consorcio y otras menudencias que circulan. Cuando el vehículo anda por ahí, debe abonar eso de la tasa por circular, además lo que le caiga de esos benditos agentes, sumas que son para la Hacienda Pública, municipal o no, pero para la Hacienda, es decir, para el cajón de donde se pagan salarios, sueldos, emolumentos, cargas, vicarías, subvenciones, todo un hartazgo de dineros.

¡Je! Y qué les dice el don, don, dondon. Pues les dice, muy sencillo, no usar el vehículo, que vaya al garaje y pague lo que corresponde que su impuesto lleva. Además nos dice que las industrias deben contaminar menos. También nos dice queÉ En fin, este don, don, dondon, es un genio, sí señor, todo un parturiento de propuestas. Con él, en ese segundo puesto que lleva a la Alcaldía de la formación a la que pertenece, podemos dormir tranquilos, ¡durante la noche apagará las luces! Una sabia aportación. ¡Qué le vamos hacer! Así nos lo ponen.

La humanidad, nuestra especie, sí que es sabia, a salvo de algunos individuos. Llevamos resolviendo problemas desde que quisimos caminar sobre nuestras dos patas y de aquélla no había nacionalistas, tampoco socialprogresistas, pues, quizá, seguiríamos a cuatro patas y aquello de hacer fuego fuera encomienda de capitalistas deseosos de quemar los recursos energéticos de la tierra, los que deben quedar para las futuras generaciones (¡).

Y es que esta clase de gentes son la cara más absurda de la racionalidad que ha hecho del hombre un ser capaz de sobrevivir sobre la tempestad que es el mundo en el que vivimos. Nuestra capacidad, la de «a imagen y semejanza», todo lo puede, salvo aquello de la soberbia, la avaricia, lujuria, iraÉ etcétera. Sobre ello, nada podemos y llevamos miles de años sobre este trozo de tierra que da vueltas. Y aunque resuelto está, no hay manera. Baste recordar cuando don Poncio «el Pilato» dio a escoger a la marabunta, un jurado asambleario, salvaron al criminal, condenaron al Salvador. En finÉ, también la humanidad es así.

Vayamos a lo más práctico. Las gentes se asustan por eso del cambio climático. Yo no, estoy encantado. Pocas pueden ser las generaciones que pueden llegar a observar fenómeno natural semejante. Gracias debiéramos dar. Particularmente por esos ingentes descubrimientos e inventos que cada día podemos llegar, no sólo a vislumbrar, sino a usar, utilizar en cada uno de los actos de nuestra vida. Incluso poder dirigirse a un mandamás como don, don, dondon, como si fuera uno cualquiera, cosa que, hasta no hace mucho no podíamos hacer. Si ello ahora es posible, cómo no lo va a ser poder vivir como hasta ahora lo venimos haciendo, naturalmente acomodados a las formas, modos y maneras de cada tiempo.

Poca fe tenemos en nosotros mismos, en nuestra capacidad de transformar todo aquello que nos rodea, pues hasta ahora lo hemos hecho. Eso sí, siempre hubo un don, don, dondon.

Hasta aquí ha llegado el duro que metí a la máquina, no da más de sí. Téngalo por seguro, no es el único duro que tengo y máquinas hay muchas. Volveremos a vernos y esa vez no será viernes 2 de febrero bríncante. Salud y vivamos con menos miedo, con temor, si es caso y ello por los dondones.

Juan Carlos Díez Villarreal es abogado avilesino.