La losa de la estación de la Renfe en Oviedo no me gustaba nada hasta que, caramba, aparecieron las once torres de Salvador Pérez Arroyo y aquello se convirtió en uno de los mejores espacios de la ciudad.

Ayer, Arroyo, entrevistado en estas páginas, me dio un día de plena felicidad.

Como bien se sabe, es un gran arquitecto. Y como tal ni abomina de las torres ni las sacraliza, critica el tipismo, niega la existencia de un modelo europeo de ciudad...

Lo mejor de la entrevista fue el palo que le dio al agente de la Unesco que quiere quitarnos los títulos de Patrimonio de la Humanidad. Ojo, por mí como si se los come en un ataque de gula. ¿Es que el Tridente de Calatrava es incompatible con la Catedral? No lo es, dice Arroyo, como tampoco un Velázquez y un Picasso a medio metro uno del otro. Ni hay tal modelo europeo sin torres porque los rascacielos, añade, parten de la Italia de inicios del siglo XX y hasta de la Toscana medieval, apostillaría yo.

Además, se ríe de lo típico tan de otros tiempos y, ya puestos a abundar, sumaría de mi cosecha una crítica al concepto de paisaje pintoresco y a los premios a los pueblos ejemplares, también de carácter prehistórico. Y rechaza agitar el término especulador contra terceros porque, viene a decir, especula todo el mundo, ¿o es que los progres cuando venden un piso por el triple de lo que les costó en su día entregan los dos tercios de plusvalía a los pobres?

Por si faltaba algo, Arroyo está en las antípodas de los envidiosos del gremio al destacar la calidad del Tridente, que, dice, es lo mejor de Calatrava. ¿Es malo que Oviedo tenga la mejor obra de uno de los mejores arquitectos del mundo?

Me parece una bendición que Arroyo esté enamorado de Oviedo, que haya construido en la Losa y ahora en el Hospital, en La Ería o la enredadera de la otra losa, y que se exprese con tanta claridad y calidad.

(Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente «Colores de la ciudad celeste», de Messiaen).