Como ya dijimos, nos arrojamos cual doctrinos sobre cada escrito de José Manuel Sariego, jefe local del PSOE. En el más reciente, publicado por este periódico, refiere Sariego la concordia existente entre la Iglesia -la básica, la parroquial- y la izquierda que gobierna esta ciudad desde el origen de la democracia gijonesa. Habla el autor de permutas de terrenos para nuevas parroquias, rehabilitación de templos, colaboración y contribución a las obras sociales católicas, o reconocimiento oficial a hombres y mujeres de Iglesia. Cierto todo ello. Y no sólo eso, sino que admirable, pero quizás en el mismo nivel de lo que acaece en muchas otras localidades, gobierne quien gobierne. Similar mano tendida la ofrece el Consistorio ovetense, o el avilesino, a la Iglesia del lugar. ¿Y qué decir de Villaviciosa, cuyos habitantes lloran que una mala decisión vaya a privarles de los monjes cistercienses del monasterio de Valdediós?

Por tanto, si la concordia de la sociedad civil y política con la Iglesia es la moneda corriente, ¿cómo explicar el barullo nacional con el catolicismo? ¿Por qué en provincias la religión apenas causa fricciones, pero la imagen global de este país es la de un reñidero entre política y creencias?

Haría falta emborronar unas cuantas páginas para discernirlo. ¿Quién disparó primero? ¿Rouco? ¿Zapatero? ¿Las minorías que rodean al Gobierno? ¿Los que saben que la religión es un buen instrumento de campaña? Sí hay una evidencia: Cañizares no es Merchán, ni Zapatero es González.

En cuanto a la idea de que catolicismo y socialismo concuerdan mejor, también harían falta borradores. Un eminente gijonés y jesuita, Enrique Menéndez Ureña, escribió hace años un libro titulado «El mito del cristianismo socialista», y otro jesuita, catalán, José Ignacio González Faus, le respondió con la obra «El engaño de un capitalismo aceptable». Como para resolverlo en un párrafo, aunque sea del sagaz Sariego.