Si Graham Bell (que parece ser que no inventó el teléfono, sino que simplemente fue el primero en patentarlo) y Antonio Meucci (que parece ser que fue el inventor del teléfono, pero lo llamó teletrófono) hubiesen sospechado lo imprescindible que iba a llegar a ser su invento un siglo más tarde, no habrían cabido en sí de gozo o lo habrían pisado destruyéndolo sin remedio, ya que, en su versión moderna de telefonía móvil, para algunas personas es casi una adicción insana.

El teléfono, en su momento, fue relegando a un segundo, tercero o cuarto planos a las epístolas, dejamos de escribir cartas y empezamos a recibir únicamente facturas y publicidad por correo. Esta manera de «hacer generosas ofertas de todo tipo» tiene la estupenda ventaja de que puedes tirarlas a la basura (perdón, a reciclar) sin ni siquiera abrirlas. Eso debían sospechar las empresas que se publicitaban porque de unos años a esta parte la invasión propagandística se realiza a través del teléfono. De esta manera no tenemos que hacer el esfuerzo de leer nada y está garantizado que vamos a contestar desde el momento que cogemos el auricular. Pero es una agresión mayor a nuestra intimidad que la carta que reciclamos.

Podemos tener cuidado y no dar nuestro teléfono salvo en lugares oficiales, pero, curiosamente, todo tipo de agencias de seguros, de venta variada, etcétera, se hace con nuestro número. Pero no sólo eso, sino que estamos clasificados en diferentes categorías y no reciben el mismo tipo de llamadas las personas mayores que, por ejemplo, las de mediana edad. Y yo me pregunto: ¿si no facilitamos nuestro número de teléfono habitualmente, por qué las empresas que nos llaman saben en qué categoría nos encontramos?

Es muy frecuente, y se debe tener cuidado, que a través del teléfono consigan obtener datos personales de quien responde, saber su estado civil, su edad aproximadaÉ por preguntas aparentemente triviales como «¿se puede poner su marido?», «no, estoy viuda», «¿a qué hora le vendría bien que llamásemos mañana para explicarle con calma nuestra oferta?», «no llego de trabajar hasta las ocho de la tarde».

Supongo que era de esperar que de un invento tan útil como el teléfono se pudiera hacer uso para diferentes timos, tanto ilegales como legales («llame usted al 906... y le dirán cuál es el regalo que le ha tocado»). Eso mismo ocurre con los móviles, en versiones diversas («alguien te quiere conocer, te ha tocado un coche... manda un mensaje al...»).

Pero no seré yo quien diga nada en contra de este aparato que me permite salir de casa sin quedar previamente en un sitio o una hora concretos (como ocurría hace unos años), o ir al otro extremo del supermercado sin tener que concertar un lugar de encuentro al acabar las compras, o encargarle a mi hija que traiga el pan cuando vuelve de clase y a mí ya no me da tiempo a hacerlo... con un mensaje o un simple «nos llamamos». Aunque todo tiene sus inconvenientes y de vez en cuando (sólo por fastidiar) se nos acaba la batería o no tenemos cobertura.

En cualquier caso, me alegro de que los cubanos puedan, por fin, aprovechar las múltiples ventajas del electrodoméstico personal más necesario hoy día en nuestras vidas: el descendiente actual del teletrófono.