A mí no me parece mal que los niños estén presentes en las conversaciones de los mayores y no me importa mucho que hasta intervengan en ellas.

Traigo este tema a colación porque en una sobremesa familiar los mayores nos enzarzamos en una discusión sobre la posibilidad de que J. L. Rodríguez Zapatero ofreciese una cartera ministerial a algún político catalán. Repasamos los nombres de algunos y no encontrábamos a ninguno de nuestra complacencia. Entonces intervino uno de los niños:

-¿Por qué no nombrar ministro a Joan Manuel Serrat?

La madre del muchacho le reprendió por considerar la propuesta una «boutade». Pero el chico, adicto y devoto a la cultura de internet, nos dio un baño a todos poniéndonos al día respecto a la presencia en la política de divos y estrellas del mundo artístico. Y sacó a relucir al actual ministro de cultura del Gobierno brasileño.

El presidente Lula formó un Gabinete integrado por personas de distintas etnias preocupados en lograr el tropicalismo que es la inserción de la cultura ancestral en la vida moderna. El ministro nombrado fue un compositor, acordeonista y cantante de «bossa nova», natural de Bahía y conocido en los conservatorios musicales de medio mundo: Gilberto Gil.

Lo que dijo el chaval de Serrat lo suscribo. ¿Acaso lo hizo mal el cantautor aragonés Labordeta en la última legislatura?

Tan aprovechable me parece esta teoría, que hasta buscaría un puesto para Joaquín Sabina en la corporación talibana que preside Esperanza Aguirre y daría al Gobierno autonómico madrileño la dosis necesaria de malicia y golfería.

Y en la comunidad asturiana reservaría una consejería para Jerónimo Granda, que tiene buen humor y además es amigo mío.

Suelen ser más queridos estos artistas, que los profesionales de la política, ¿quién no está dispuesto a cambiar a Carod Rovira por Buenafuente?