Por lo visto, a Rajoy -que, como Rijkaard, es de los que, cuando pintan bastos, se lo toman con calma-, se le empieza a agitar el personal y, ante el futuro congreso del PP, hasta le ha salido ya una posible competidora para ocupar su puesto. Sea o no flor de un día, María Cristina Castro, que es como se llama la doña, parece ser fruto (o fruta) de un enervado mar de fondo poselectoral, porque los humanos lo primero que solemos perder cuando perdemos algo son los nervios.

Hace la intemerata, más o menos en el franquismo medio e inferior, de la que don Mariano y yo (que somos de la misma añada) éramos unos pipiolos, en situaciones de pérdida de algo había una solución infalible:

-Este crío lo único que hace es perder el tiempo.

-Pues habrá que ponerle una vela a San Antonio para que lo encuentre.

Y oye: santo remedio.

Pero entre la pérdida de Cuba, que venía de antes y había dado mucha guerra, y la pérdida de las virginidades, que llegó más tarde y dio mucho amor, en esa era intermedia y a media luz lo que se perdían eran cosas más sencillas, como de andar por casa. Por supuesto, hablo de un tiempo en que cada dos por tres caían los plomos (de la luz), nos quedábamos a dos velas y en concreto la que se ponía a San Antonio, si no decaía la tensión orante, cumplía su función y en un santiamén aparecía lo perdido y hallado en el templo.

No es, por descontado, el caso actual del PP, que, salvo la paciencia, no parece haber perdido nada e incluso ganó votos, pero los seguidores de este equipo que nació ganador empiezan a experimentar una sensación similar a la que, por falta de costumbre, sufren los hinchas del Madrid en horas bajas: lo que más les joroba no es perder (todo es recuperable para el que va sobrado), sino no ganar, que aunque lo parezca no es lo mismo.

Pero en definitiva, ¿la aparición estelar de doña María Cristina Castro es algo específico y genuino del PP? No lo creo. Otros partidos a los que barrió Zapatero están viviendo una situación de efervescencia interna similar y en los próximos tiempos, tras la rebelión de las masas, tal vez empecemos a ver la rebelión de las bases. Y algunos, seguramente, lo tendrán más crudo que Rajoy. ¿Quiénes? Pues quienes van tan sobrados como el Madrid y, además de echar balones fuera (el bipartidismo rampante y todo eso), pasan de poner velas, de ponerse las pilas y no digamos nada de encomendarse al Espíritu Santo. En una palabra, los iluminados.