La revolución de Mayo del 68, la primavera libertaria librada a golpe de adoquín burgués, cumple 40 años. He de detenerme hoy en su impacto sobre la educación, prestando atención a algunas de sus contadas aportaciones y a sus previsibles fracasos en este sector estratégico, que por algo fue el fulminante de la explosión reivindicativa. La revuelta de los estudiantes supuso un terremoto en Francia de magnitud difícilmente mensurable desde nuestros días, pero cuyos efectos se dejan sentir hoy en muchos sectores de la vida social y cultural europea.

Luc Ferry, ministro de Educación con Jean-Pierre Raffarin, fue uno de los primeros pensadores y políticos en hacer un llamamiento a la cordura. Se inició con él un cambio de rumbo en las filosofías educativas «soixante-huitards» que culminan con la victoria de Sarkozy, para el que éste es un tema capital de su programa. Son tres los síntomas de fracaso en el sistema francés que invitan a pensar en un diseño erróneo: los altos índices de abandono escolar, la violencia en las aulas y el remanente de analfabetismo que aún subsiste en la sociedad. Bien pudieran ser los rasgos propios de la escuela española actual y en tal medida merecen nuestra atención.

Sea la siguiente relación un breve resumen de esas filosofías pedagógicas, mejor entendidas si se hermanan con los rasgos de la enseñanza tradicional que tratan de derogar y sustituir. A saber: innovación dogmática versus tradición; motivación versus esfuerzo; libertad versus autoridad; educación como preparación para la vida adulta versus imperio de la juventud.

1. Tradición identificada como dogmatismo versus innovación.

«Oubliez tout ce que vous avez appris. Commencez par rêver».

(Olvídese de todo lo que ha aprendido. Comience por soñar).

La pedagogía de Mayo hace tabla rasa de los «dogmas» del pasado. Significa la revuelta del individuo contra la tradición, en la creencia de que todo cuanto se transmite del pasado es malo y debe ser puesto en duda. Se olvida que una inmensa parte de los contenidos que el niño necesita para desarrollarse no le son inducidos, sino transmitidos por sus padres o maestros. Tal es el caso del dominio del lenguaje o los rudimentos culturales que le permiten coexistir en sociedad.

Así pues, esta idea troca el papel de la escuela como transmisora de conocimientos, por una transmisora de afectos en la que el educando debe construir su realidad y protocolos de aprendizaje confiando en la espontaneidad, la inventiva y la creatividad del propio niño.

2. La motivación como fin en sí misma versus cultura del esfuerzo.

« Vivre sans temps mort et jouir sans entrave».

(Vivir sin tiempos muertos y disfrutar sin trabas).

Otra de las ideas heredadas del espíritu de Mayo es la que afirma que la motivación previa debe conducir al nacimiento del interés del educando por la asignatura, y refugia en ese cobijo moral a las víctimas de la molicie. La pedagogía del 68 concede prioridad a la motivación sobre el esfuerzo del alumno, hasta hacer de ella una realidad con fin en sí misma que está por encima de los efectos que busca. Sin embargo, tengo para mí que asegurado el «enseñar deleitando» del maestro, ha de ser ese esfuerzo personal el que lleve al alumno hacia el interés, pues aquél le precede siempre y sólo ha de resultar atractivo e interesante lo que previamente ha constituido un desafío.

Levemente emparentado con la motivación, vive otro legado plúmbeo del 68 más cercano del maquillaje estadístico, como es la promoción automática del repetidor y el paso de curso con dos y tres asignaturas suspensas. El mérito del joven que invierte su tiempo y esfuerzo en el aprendizaje queda inmediatamente desnaturalizado cuando las reglas del juego cambian en favor del que sigue la cultura del mínimo esfuerzo, produciendo un efecto contagio en sus compañeros y mutando la figura del profesor en la de un animador de ocio.

3. Autoridad versus libertad sui generisÉ

«Il est interdit d'interdire». (Prohibido prohibir).

En su manifiesto reivindicativo, los estudiantes de Nanterre resumían lo que habrían de ser los principios pedagógicos de esa nueva universidad, metáfora y punta de lanza de la nueva escuela y la nueva sociedad libertaria. En el punto tercero del manifiesto afirma el redactor: «Los exámenes y concursos en su forma actual deberán desaparecer y ser sustituidos por una evaluación continua basada en la calidad del trabajo realizado durante todo un período. El suspenso en una asignatura, en la forma actual, no sanciona siempre la pereza o falta de aptitud del alumno, sino, con frecuencia, la falta de enseñanzas».

En efecto, «la falta de enseñanzas» y la ausencia de talento en algunos docentes existía en el París del 68 igual que en la España de hoy día o en las «stoai» de la Grecia clásica. Sospechamos también de la existencia en aquellas remotas épocas de muchos malos estudiantes hambrientos de excusas a los que la abolición de los exámenes resultaba atractiva.

Sin embargo, eliminar las pruebas evaluadoras como demandaban los «bourgeois bohèmes» o bobos parisinos abría las compuertas de una laxitud ingenua, de la que, curiosamente, ya estaba de vuelta la educación soviética, estricta, meritocrática y eficaz hasta extremos insospechados a despecho de lo que pudiera parecerles a los del adoquín. Una escuela sin pruebas y citas solemnes en las que el educando haya de rendir cuentas del propio esfuerzo es la metáfora de un mundo adulto en el que prima una libertad no reglada, mal entendida y que conduce al joven a bajísimas cotas de tolerancia a la frustración cuando no quedan satisfechos sus caprichos y objetivos.

4. Imperio de la juventud versus educación como preparación para la vida adulta.

«Cours, camarade, le vieux monde est derrière toi». (Corre, camarada, el viejo mundo está detrás de tí).

La última de las aportaciones del M-68 es el culto a la juventud. El escolar es bombardeado, con la inestimable colaboración de la sociedad de la información, con la idea de que hacerse mayor es sinónimo de decadencia y decrepitud en lugar de experiencia y sabiduría. Por ello, vive de acuerdo con los preceptos de Peter Pan en una escuela que en lugar de prepararle para la transición a la vida adulta le predispone en contra de un mundo de los adultos en el que se niega a integrarse y en el que sólo ingresa tarde, mal y a regañadientes.

El idealismo de los estudiantes de Mayo nos dejó hermosas sentencias anónimas pintadas sobre los muros de París. Una de las más bellas es: «Seamos realistas, pidamos lo imposible»...

Una humilde enmienda retrospectiva: «Seamos idealistas, pidamos una educación realista para nuestros hijos».