Cuando Landelino Lavilla fue presidente del Congreso, tan pronto se sentaba, hierático, en la alta tribuna del hemiciclo, los diputados, para comunicarse entre ellos que el pleno iba a empezar, bromeaban diciendo: «Ya Landelino está expuesto». Al que le toca exponerse ahora es a José Bono, más campechano que Lavilla, nada tieso, pero tan solemne como el más antiguo. Bono hace compatible su llaneza manchega con sus gustos ceremoniales y protocolarios y a lo mejor es eso lo que vio Zapatero en él para proponerle como presidente de la Cámara baja. No es que le falten otros méritos a quien gobernó tan bien Castilla-La Mancha y fue tan breve como eficaz ministro de Defensa, pero el protocolo y las liturgias lo pierden. Al fin y al cabo, Bono procede del socialismo de Enrique Tierno Galván, quien en su gusto por las formas parecía a veces un oficiante laico, y con el que el nuevo presidente de las Cortes tiene en común, entre otras cosas, un poder de cercanía a la gente que no le resta solemnidad. Ambos han sido, no obstante, políticos muy populares, y cada uno a su manera y en ocasiones, populistas. A Bono le irrita que lo tengan por tal, Tierno disimulaba los cabreos, quizá porque no creía a nadie digno de disfrutar de un cabreo suyo. Pero Tierno era cínico e irónico y Bono es más ocurrente que irónico; más transparente que cínico. También, quizá, mejor persona. A Tierno la vanidad lo llevaba al latín y a Bono al román paladino. Es difícil que pronunciándose en latín muera por la boca el pez, con lo que Tierno conseguía bien nadar y guardar la ropa, declinando, pero en román paladino, que es la lengua que ha usado Bono para hacerse escuchar y escucharse a sí mismo, es más fácil que un pez pueda morir por su boca. Y esto es lo que pudo haberle pasado a Bono de haber sido otros los resultados de las elecciones, es decir, de haber tenido los nacionalistas más poder que el alcanzado. Sencillamente por haber incordiado a los nacionalistas desde la creencia de que su casticismo es otra cosa. No ha sido así y, ahora, guardián de la Constitución, arzobispo de la catedral donde se venera la sagrada carta, no se resistirá a la homilía laica. Sobre todo al comprobar que no ha recibido perdón de uno de los suyos, que le regateó el voto primero para dárselo después por disciplina, ni de otros de los suyos que todavía está por ver si le ajustaron alguna cuenta o no. Estas improvisaciones en el guión -las salidas por libre de socialistas anónimos- hicieron de la función de anteayer una función distinta, además del hecho de que al candidato le impusieran la penitencia de hacerlo esperar a una segunda vuelta. Ante estos hechos es probable que Bono, como buen católico, se proponga propósito de la enmienda o incluso ponga la otra mejilla. Pero no dejará de ser él; su verbo encendido no es mera costumbre, es necesidad. Sin duda va a ser un presidente distinto, lo cual no significa, ni mucho menos, que no consiga ser un buen presidente del Congreso, sino tal vez todo lo contrario.