Me pregunto si no sería mejor callar todas estas manifestaciones de barbarie que cuenta el periódico cada día, a cual más disparatada y cruel, cuya lectura de algún modo podría excitar a posibles imitadores, por una de esas consecuencias caprichosas que a veces suscitan actos realizados con propósito distinto, como ocurre con algún medicamento, que cura la enfermedad contra que se usa, pero dispara consecuencias no queridas, o con la publicidad, que si se hace mal provoca el efecto contrario del perseguido. No es normal que haya tanto innoble bruto insistiendo en aplicar eso de que si no eres para mí, tampoco vas a ser para nadie, dimensión posesiva de los improbables amores de copla y romance en pliego de cordel. Antes se cantaban en las ferias, ahora los cuentan los periódicos y las siguen cantando algunas folclóricas y más de un ronco solista de las noches de farra, cada vez más arrinconadas por el «botellón» y los grupos del grito entrecortado y la audiencia multitudinaria.

A lo mejor, si no diésemos cuartos al pregonero, no serían tantos los que acosan, persiguen, amenazan, maltratan y apuñalan a la pareja sin más sinrazón que la de haber intentado poner final a una relación más o menos borrascosa que o nuestra sociedad está gravemente enferma o debería concluir en todos los casos con una despedida sin más, ya que hemos dado con tanta facilidad carta de naturaleza a las modernidades de la separación y el divorcio por simple falta de afecto, es decir, evidente ausencia de amor, y, como consecuencia, espacios de decepción y aburrimiento respecto de la persona con que en realidad no tuvimos más vínculo que el de la concurrencia en el deseo de probarnos recíprocamente.

De guisa la vi, aquella mañana -decía el Marqués en sus serranillas- que nos apetece lo que llamamos «hacer el amor» y no es más que practicar el coito con más o menos entusiasmo. Habíamos confundido el deslumbramiento que a veces se sigue del primer contacto con el amor. Lo que deslumbra, ofusca, y sólo al recuperar el sentido puede encenderse, incendiarse y estallar un gran incendio, que es el equivalente de un gran amor. La tragedia de Romeo y Julieta no es una tragedia de amor, no le dio tiempo, ni la de Calixto y Melibea. El amor nace, como el fuego, del roce de una personalidad con otra, roce despacioso, paciente, sin perjuicio de brotes apasionados -para bien o para mal-, pero me permito opinar que nadie ama a primera vista, de sopetón. Llegar a amar supone llegar a comprender que se está dispuesto a darlo todo sin pedir nada a cambio -el amor, a Dios gracias, no entiende de trueques, y por eso juega siempre a perder-, hasta el punto de que si su felicidad, la de la otra persona o su conveniencia, así lo necesitan, estemos dispuestos a desparecer de su vida en silencio, con y por amor.

De lo que no me cabe duda es de que no es amor lo que es capaz de matar y maltratar lo que se maltrata y mata cada día.