Esta vez crece mucho: Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Chequia, Eslovaquia y Eslovenia se unen a los quince de la antigua UE, Islandia y Noruega. Conocemos por Schengen, o «países Schengen», o incluso «espacio Schengen», a los que en 1985 acordaron, en la pequeña localidad luxemburguesa de ese nombre, la libre circulación de sus nacionales y visitantes sin necesidad de exhibir documento de identificación alguno si se proviene de otro país que hubiese suscrito el convenio multilateral. Recuerdo bien que fue uno de los objetivos de José Luis Corcuera, entonces ministro del Interior.

El euroescepticismo británico se puso -se sigue poniendo- una vez más en evidencia. Irlanda, que en la negativa al euro, por ejemplo, no ha seguido a sus vecinos más próximos, sin embargo está con ellos en evitar la utopía de libre circulación prevista o, mejor, insinuada, en la Conferencia de Helsinki de la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) de 1973 y que a los españoles nos parecía inalcanzable en aquellas kalendas predemocráticas.

No deja de ser un desandar histórico el reiterado chovinismo inglés. Dando un salto en el espacio, en el tiempo y en el concepto, los británicos habían funcionado secularmente, dentro de sus fronteras, lo mismo que los americanos del Norte, sin documento nacional de identidad, y cuando, tras la II Guerra Mundial, su Gobierno quiso mantener papeles obligatorios de tiempos excepcionales, fue memorable la protesta victoriosa en la calle de mi admirado Bertrand Russell y sus seguidores. ¡Qué menos ahora para una Europa unida que el fin de las barreras personales, cuando el Tgv procedente de Bruselas o París llega al centro de la City casi antes que el tren de Heathrow! No hay que olvidar, sin embargo, que el origen comunitario está en el comercio y en el mercado, y que dentro de la propia comunidad europea hubo antes libertad de circulación de mercancías que de personas. No era sólo la desconfianza hacia los otros nacionales sino de unas policías a otras y hacia el grado de tolerancia diverso con los emigrantes de países terceros. El texto que hemos aprobado reciente y conjuntamente en el Parlamento y en el Consejo con el último paso Schengen es importantísimo en la consolidación de Europa. Puede que colateralmente prefigure esa futura Europa «sin el Reino Unido» de la que se ha vuelto a hablar en los pasillos, aquí, en Bruselas.

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