Son pocos, pero causan cierta expectación, de modo que no es posible dejar de recordar la secuencia felliniana de la película «Amarcord» en la que todo el pueblo de Rímini se echa a los botes para saludar el paso del transatlántico «Rex», que atraviesa aquel pedazo del Adriático como una exhalación, pero que causa tal emoción que hasta el ciego de la localidad se quita las gafas negras para verlo.

Años después, Fellini propuso en otra genial cinta suya, «Y la nave va», la visión de lo que sucedía desde el otro lado, en el crucero «Gloria N.», donde artistas del bel canto, mandatarios, nobles y «socialités» de los años veinte llevaban las cenizas de la ficticia diva Edmea Tetua para derramarlas en el mar de la figurada isla de Erimo.

Pero pasemos de la ficción a la realidad. El crucero «Summit», el mayor llegado al puerto gijonés, atracó ayer en El Musel en una de esas escalas de ocho horas que unos pocos barcos de pasaje regalan a la Villa de Jovellanos. Este año, las dársenas locales atraparán cinco cruceros, una minucia frente a los cien de Vigo, por ejemplo.

Yendo a lo concreto, ayer nos cruzamos con unos cuantos cruceristas por la calle del Marqués de San Esteban, justo en esa zona de la acera de los arcos donde más mugre hay en las baldosas y donde algún transeúnte suele montar su «loft» o apartamento de banco.

No hablaríamos de la mugre y del mal aspecto de esa parte de la calle -que se quedó sin reforma durante la última levantada de ésta- si no fuera porque, justo cuando pasábamos al lado de los visitantes, éstos miraban directamente al suelo y a su revestimiento de roña.

Como advertirán, esto no es más que una anécdota insignificante. Vengan cruceros y nos haremos los ciegos acerca de estas pequeñas imperfecciones.