El debate de investidura, pendiente de una segunda votación que otorgue la confianza a Rodríguez Zapatero, anuncia un clima político distinto al de la pasada legislatura. Dicho sea a la vista de lo escuchado durante la tarde del martes en los cruces Zapatero-Rajoy. Por encima de algunos momentos de dura confrontación, quedó clara la voluntad de entenderse en los grandes asuntos de Estado. Como el común objetivo de acabar con Eta de una vez por todas.

Que haya debate, que sea duro, que la oposición se oponga, que el control al Gobierno sea implacable, es normal, democrático, legítimo, lógico y previsible. A ese modelo respondieron las intervenciones de Mariano Rajoy. Pero, a diferencia de lo que ocurría con excesiva frecuencia en la legislatura anterior, nunca desbordó la frontera entre la legítima discrepancia, aun en sus más duras formas de expresarse, y la deslegitimación o el desprecio del adversario. Sería una magnífica noticia que eso tuviera continuidad en la nueva legislatura.

Tiempo al tiempo para saber si tendremos esos cuatro años de calma que reclamó desde el Hemiciclo el aún candidato a la Presidencia del Gobierno. Pero las señales son buenas. Rajoy se ha quitado el luto del 11-M, de su discurso ha desaparecido la España en bancarrota (la que se dividía, se rompía, se rendía) y ya no corre detrás de las liebres que sueltan las falanges mediáticas de la derecha, adictas por ahora a la causa de Esperanza Aguirre.

Por raro que parezca, Rajoy ha ido por delante de Zapatero en el ejercicio de la descompresión. Quiero decir que la inercia de la bronca habitual de la pasada legislatura afectó mucho más a Zapatero en el debate del martes. Esa inercia le llevó a incurrir en el mal gusto de aludir a los problemas internos del PP. No era la ocasión ni el sitio. Y en varios pasajes de su cuerpo a cuerpo con Rajoy el candidato llegó a sentirse como una virgen ofendida. Como al darse por aludido por una supuesta deslegitimación de sus «credenciales» democráticas.

Probablemente fue la falta de costumbre, pero a Zapatero le traicionaba el subconsciente al procesar en el vacío las intenciones de Rajoy o defenderse de acusaciones que Rajoy no había formulado. Como, por ejemplo, cuando se puso estupendo en la defensa de un pacto de «todos» contra el terrorismo, endosando indebidamente al líder del PP la intención de ir a un pacto excluyente y reservado sólo a los dos grandes partidos de ámbito nacional. Fue uno de los minutos de oro del debate: «Yo he podido cometer muchos errores, probablemente más que usted, pero le agradecería que no manipulase mis palabras para hacerse el simpático», le espetó Rajoy.