Tres organismos tan importantes como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la FAO (agencia de alimentación y agricultura de la Organización de las Naciones Unidas) alertan seriamente del desorbitado crecimiento de los precios en el sector alimentario a nivel internacional y, como siempre, aunque todos los países pagaremos las consecuencias, serán las naciones menos desarrolladas, las que ya están inmersas en la infinita espiral de la hambruna, las más perjudicadas. Hasta en un 74% se puede incrementar el precio de los cereales este año. Por eso advierten de que, si los gobiernos no toman medidas transcendentales y corrigen con urgencia el coste de los alimentos, «habrá hambre y malestar social, lo que desembocará en grandes disturbios».

Pues la gran culpable de este desastre es la agricultura energética, los mal llamados biocombustibles. Digo mal llamados porque si «bio» significa vida, todo lo que se está logrando con la fabricación de agrocombustibles está en el polo opuesto. Veamos: el biodiésel se obtiene a partir del procesamiento de aceites vegetales de cultivos de colza, girasol, soja, maíz o palma africana; el bioetanol es un alcohol producido a partir del azúcar de la remolacha o de la caña, y también se elabora del almidón de maíz, cebada y trigo. Dice Heikki Mesa, experto en energía y cambio climático, que estos productos eran moderadamente sostenibles cuando estaban fabricados con aceites vegetales reciclados o con materia prima proveniente de campos agrícolas marginales y para consumo local. Al plantearse escalas de producción gigantescas, como en EE UU o en la UE, la demanda de estas materias primas afecta a la ley del mercado internacional. ¿Quién puede pagar más por este recurso? Los países desarrollados, aunque no a largo plazo, pueden permitírselo; el resto puede quedar hasta sin alimentos. Ya se asegura en muchos foros que el balance energético para obtener estos productos es negativo, porque la energía necesaria para fabricarlos es superior a la que genera.

Los biocombustibles están contribuyendo a la destrucción de los bosques de nuestro planeta: deforestación, erosión, incendios forestales, aumento del uso de pesticidas, herbicidas, fungicidas y abonos químicos, incremento del consumo de hidrocarburos, maquinaria y transporte. Al final se están utilizando ingentes cantidades de petróleo para conseguir un sustituto de él. No se entiende. Algo parecido sucede, en cuanto a capacidad para solucionar las emisiones de dióxido de carbono y el cambio climático, con los parques eólicos, que generalmente hay que combinar con centrales térmicas.

La sociedad se aterra cuando se desploma un avión cargado de pasajeros o un trasatlántico se va al fondo: con todos los respetos, aún estamos dándole vueltas al hundimiento del «Titanic» y, sin embargo, nos trae al pairo la muerte diaria de miles de personas a causa del hambre y la sed; tragedia que se incrementará en progresión geométrica si los gobiernos de todo el mundo no ponen freno a las multinacionales del sector automovilístico, petroquímico y agroindustrial: los grandes beneficiados de la peligrosa aventura del biodiésel.

Explicaba lo anterior porque, entre una muerte segura por hambre, sed, sida y guerra, que son el apocalipsis del tercer mundo, y otra, mucho más que improbable, por el fallo de una central nuclear, aunque, eso sí, más escandalosa por su repercusión mediática, ¿cuál de las dos opciones elegiría? Yo, sin duda, la segunda porque es probable que nunca llegue.

Dos estadistas europeos, Gordon Brown y Nicolas Sarkozy, han tomado la delantera reuniéndose hace escasos días en Londres para sellar una alianza de cooperación franco-británica que, a una serie de acuerdos y proyectos importantes, añade el de la construcción de cuatro centrales nucleares en el Reino Unido. Las condiciones de seguridad de éstas son cada vez mejores, no así el almacenamiento y la destrucción de los residuos radiactivos que todavía no tienen una solución definitiva, aunque mientras la energía del hidrógeno no llegue a un estado óptimo, la humanidad tendrá que recurrir a las centrales nucleares para combatir con alguna garantía el cambio climático y el porvenir de los más desfavorecidos. Lo dicho: miles de personas mueren a diario de hambre, sed, sida y guerras; si continuamos por la senda de los biocombustibles, el mal será tremendamente peor. Llegó la hora de elegir.