Jesús Caldera, Juan Fernando López Aguilar, Jordi Sevilla, Trinidad Jiménez, Leire Pajín, Rafael Estrella, Álvaro Cuesta, Antonio Cuevas, Germá Bel... hace seis años eran los compañeros de viaje de José Luis Rodríguez Zapatero en aquella corriente renovadora dentro del PSOE que ellos mismo bautizaron como «Nueva Vía». Junto a José Blanco y pocos más, fueron el núcleo de una aventura que acabó en edificio. Más aun, alguno -Caldera- pudo ser el líder del proyecto, pero le cedió el paso a su amigo animándolo a salir a la palestra para enfrentarse al aparato del partido que en aquel momento (con Rubalcaba y Chaves a la cabeza) apoyaba a Pepe Bono para sustituir a Joaquín Almunia. A la vista de los perfiles y currículum, de algunos de los nuevos ministros, está claro que Zapatero no quiere en el Gobierno a nadie que pueda recordarle los tiempos en los que compartían «pensión, bocadillos y sueños».

El poder rechaza la memoria de quienes conocieron al poderoso cuando no lo era; cuando era uno más, igual que los demás en sus limitaciones, dudas y contradicciones. La cercanía (y un micrófono inopinadamente abierto) perdieron a Jordi Sevilla -«Esto de la economía, José Luis, te lo aprendes tú en dos tardes»-. Paradójicamente, esa misma cercanía es la que aleja del poder a Caldera. Hace cinco años pudo ser el líder de «Nueva Vía»; hace cuatro parecía que sería vicepresidente; hoy está fuera del Gobierno. El poder lleva mal la proximidad de quien puede tratar de tú al poderoso. No es mal que aqueje en exclusiva a Rodríguez Zapatero, le pasó lo mismo a Aznar con Rodrigo Rato, otro político valioso injustamente preterido.