La sensatez y la bondad han vuelto a hablar por la boca del padre de Mari Luz. Es el único sensato de esta historia de locos. Y el único bueno. No sabe cuánto tiempo más podrá seguir conteniendo las iras del barrio contra los familiares del presunto asesino de la niña. Cree que es una provocación que sigan viviendo allí. Sospecha que el hermano del presunto asesino sigue en el barrio para tensar la cuerda y forzar a la Junta de Andalucía a darle una vivienda gratis.

Pero, por evitar males mayores, él mismo se ha ofrecido a pagarles un piso de alquiler en otra ciudad para que puedan criar a sus hijos con la tranquilidad que no pueden hacerlo en el barrio, aunque, como dice, no es un hombre «pudiente». ¿Y qué dicen de esto las autoridades? Nada. ¿La Junta de Andalucía? Nada. ¿El Gobierno de la nación? Nada.

La soledad institucional en que los responsables políticos de este despropósito tercermundista de fallos y olvidos han dejado a la familia de Mari Luz es absoluta, rotunda, brutal. Pero, sobre todo, inadmisible. Intolerable, insultante. Un escarnio. ¿Dónde está el ministro de Justicia? ¿Dónde está su colega de la Junta de Andalucía? Zapatero, Chaves, alguien, un subsecretario al menos, caramba. ¿Dónde están? De celebraciones, supongo. O a sus cosas: sus guerrillas, sus politiquillas, sus ambicioncillas... Pero, no en su sitio, no en su puesto, no ganándose el sueldo. No junto al padre de Mari Luz. No con nosotros, los escandalizados ciudadanos.

Nada está en su sitio. Y nadie está en su sitio. Han matado a esta niña porque nada de lo que debía funcionar y creíamos que funcionaba ha funcionado. Sigue sin funcionar. Mientras los gobiernos central y andaluz celebran lo progres que son, lo encantados de conocerse que están y lo bien que nos va (bueno, en realidad lo bien que «les» va a ellos, para qué nos vamos a engañar), el padre de Mari Luz es el único que parece creer en la Justicia. El único que levanta esa bandera del barro con la sola fuerza de sus valores. El único que clama día sí y día también contra la sed de venganza, a costa, siempre, de sus propios sentimientos de padre, y ahora, además, de su flaco bolsillo. El único ciudadano cabal y decente de esta historia de pícaros, cobardes y vividores que, en vez de «a lo nuestro», están «a lo suyo». El padre de Mari Luz, en mi opinión, es el único demócrata consciente de todos los actores de esta trágica historia.