Que el precio de las casas baje infligiría un duro castigo no sólo a quienes contribuyeron a su encarecimiento brutal especulando con ella (y que hoy temen tener que «comérsela» vacía e invendible mientras pagan el préstamo con el que la adquirieron), sino también a la verdad empírica, contradictoria a su vez con la ley de la gravedad, según la cual ningún precio que sube, baja. Sin embargo, y pese al estupor que produce la actual ruptura de la burbuja inmobiliaria, se va abriendo paso la idea de que, en efecto, el precio de las casas baja, aunque se trata de una idea que se asienta en la aritmética y no en la realidad. Según la aritmética de que se ha servido el Ministerio del ramo en la elaboración de su informe hecho público ayer, los pisos han bajado en el último año por primera vez en una década, pues, y he aquí la paradoja, sólo subieron un 4%. Vamos a ver: si subieron un 4%, es que subieron, no que bajaron; pero entonces es cuando viene la aritmética y nos dice que sí, que es posible que suban y bajen al mismo tiempo, pues si la inflación se ha puesto en un 4,5%, está clarísimo que la vivienda ha bajado medio punto. Desde la realidad, sin embargo, lo que ocurre es que las casas, que han subido, han subido menos porcentualmente que la gasolina, que el pan o que la leche.

Por lo demás, y aun aceptando que han bajado, ¿cómo puede decirse que lo han hecho por primera vez en diez años? Que yo recuerde, en 1998 las casas no bajaron. Es más; no recuerdo que la vivienda en España haya bajado en la vida. Jamás. ¿Qué pasa, entonces? ¿Sube o baja? Podría decirse que mientras las casas no bajaran todo lo que deberían bajar para ser medianamente asequibles, en torno al 50%, es como si siguieran subiendo constantemente, pues siguen quedando fuera, cada vez más, de las posibilidades de las personas honradas, esto es, de las que viven de su trabajo, o de una nómina, sin robar. Las casas, en fin, ¿suben o bajan? Ambas cosas, al parecer.