Se imaginan ustedes la destitución de Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad de Madrid porque sus compañeros de la asamblea le hubiesen quitado la confianza al decir que había posibilidades de presentarse al próximo congreso del PP? ¿Piensan que sería posible el relevo de Alberto Ruiz-Gallardón como alcalde de Madrid porque sus compañeros del Ayuntamiento le hubiesen quitado la confianza por haber pretendido ir en las listas por Madrid al Congreso? Es algo tan absurdo, ridículo e impensable, que a ninguna persona en su sano juicio se le puede pasar por la mente. Pero como algunas veces la realidad va más allá de la ficción, el portavoz del PP en Avilés, Manuel Peña, fue fulminado por expresar libremente sus deseos y preferencias.

Que se haya propuesto a sí mismo para estar en las listas del Congreso, o que diga que está a favor de Alicia Castro como presidenta del PP asturiano puede gustar más o menos, se estará de acuerdo o no, pero es un problema personal de cada uno, y no del partido como tal. Que un partido político, o mejor dicho, su presidente local (basta ya de necedades, como decir que fueron los concejales, aunque sería igual de inaceptable) tome represalias contra el portavoz municipal por lo que dijo, cuando en absoluto perjudicaba al partido, me parece un acto vergonzoso desde el punto de vista democrático.

En algunos momentos, a lo largo de estos últimos cinco años, he sido crítico con el destituido concejal. Nunca supo defender a compañeros de partido que sufrieron situaciones como la suya. Y cuando uno acepta la sumisión, se calla por miedo ante situaciones injustas y confunde la lealtad con el servilismo y el servicio hacia los militantes, votantes, simpatizantes y ciudadanos con «lo que a mí me conviene» o «hago y digo lo que me mandan, sea lo que sea», termina agachando la cabeza, sin tan siquiera poder defenderse de la injusticia que se está cometiendo contra él. Soy de los convencidos de que es necesario que algo se modifique en el PP a nivel nacional. También de los que piensan que hace tiempo que deberían haber cambiado muchas cosas a nivel regional. Y de los que opinan que, a nivel local, la transformación tiene que ser casi total. Si los principios, las ideas, la vocación de servicio, que debe imperar en todo partido político se sustituyen y se convierten en un instrumento por y para el poder personal, se es capaz de perder todos los escrúpulos por mantenerse en él.

Cuando una persona se preocupa más de sí misma, de su proyección personal, de su ambición, que del objetivo común del servicio al ciudadano, no merece tener un cargo público. Cuando se ejerce un liderazgo tóxico, cuyo valor es el despotismo, el abuso, la tiranía y cuya única obsesión es pisar y destruir al que no piensa como él, no puede seguir donde está. Cuando se ejerce el poder de una forma arrogante, orgullosa, vanidosa, prepotente, y extremadamente venenosa para todo aquel que le pueda hacer sombra, no se puede tener la ilusión y el apoyo de los votantes y simpatizantes.

Es inadmisible exigir fidelidad inflexible, obediencia adicta, sumisión enfermiza, como si fueran lealtad. Las personas tienen que sentir que pueden decir lo que piensan, y que lo pueden expresar libremente. En democracia, el justificar que se cierran las puertas a la libertad de expresión es más dañino que la propia dictadura. Los partidos políticos tienen que dar ejemplo en la lucha diaria por la perfección de la democracia, y, desde luego, la autocrítica y la tolerancia deben ser unos de sus principales baluartes. Posiblemente, sean los mejores caminos que llevan a profundizar en la auténtica democracia.