Fueron los obispos italianos, por medio de «Avvenire», su diario, los que reconocieron la existencia de un «zapaterismo ético y social». Umberto Eco, Paolo Flores D'Arcais o Enma Bonino aspiraban en el pasado tiempo de campaña electoral italiana a contar con un gobernante del corte de Zapatero, pero nunca se atrevieron a tanto, a mencionar un zapaterismo ético y social, como si de un cuerpo de pensamiento original se tratara. Los obispos italianos, sí. De modo que hay una visión del mundo, el zapaterismo, que va más allá de Zapatero y que pierde elecciones en Italia, según los mitrados, mientras las gana en España. El felipismo fue una etiqueta inventada por los conspiradores de Felipe González para describir un cortijo patrio lleno de inmundicias y denostar así al gobernante español de nuestro tiempo con mejor equipaje intelectual. El aznarismo fue algo parecido, pero José María Aznar se ocupó con su carácter de convertirlo en la expresión de un modo de ser y de actuar perfectamente definido. El zapaterismo es un intento de izquierda renovada, con sus titubeos, sus atrevimientos y sus logros en los avances sociales, pero no creía yo que tuviera aún la categoría de un espíritu y un perfil ideológico tan definido que alcanzara poco menos que la categoría de todo un movimiento. Es más, así como Felipe González va por libre en su vocación de analista de la realidad, con personal brillantez, y Aznar ha creado una fundación para las ideas, pero no con la voluntad de aprender, sino de enseñar, tratando de fecundar lo que se le ocurre, creí que Zapatero encomendaba ahora a Caldera una macrofundación para articular el zapaterismo por venir. Pero resulta que no, que ya está aquí, perdiendo elecciones, eso sí, para júbilo de los prelados italianos. El piadoso júbilo proviene de que, según ellos, y en esto se percibe el asesoramiento de sus colegas españoles, lo que propone Zapatero -un ejemplar padre de familia, muy al contrario que el devoto Berlusconi, al que el Vaticano debe tener por espejo de valores cristianos- es «la desarticulación jurídica de la familia natural». Conocido ese argumento falaz sobra tener en cuenta cualquier otro en semejantes insidiosos y, por supuesto, preguntarse cómo contradictoriamente definen de ético y social un proyecto tan perverso como el zapaterismo. Pero, por si la ironía es la que los mueve, también sobra preguntarse qué les alegra más si la derrota de ese zapaterismo o el triunfo de la delincuencia. Ante tal determinación moral, que los retrata, sobran las dudas en torno a la complicidad de la Iglesia italiana con los que burlan la ley o la manipulan y de nada sirve tratar de explicarse la coincidencia de la alegría episcopal por quién ganó las elecciones con la alegría de las mafias. Nada puede honrar más al zapaterismo y a su fundador que perder unas elecciones en Italia que ha ganado quien las ha ganado. Y nada define más a la Iglesia italiana que su complacencia pía por que las haya ganado quien las ganó. No se pregunten ustedes qué podría pensar Cristo en situaciones como ésta porque hace ya muchos siglos que Cristo dejó de hacerse preguntas sobre su delegación en la tierra.