o es la primera vez que existe un Ministerio dedicado a la innovación. El último gobierno de Aznar creó la cartera de Ciencia y Tecnología, con escaso éxito. Zapatero la suprimió nada más llegar a la Moncloa y la rescata ahora. Ciertamente, parece que la apuesta es más seria que nunca. El nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación acumula mucho poder y una competencia fundamental, la política universitaria. LA NUEVA ESPAÑA ya pidió hace ocho años la creación de una Consejería de Ciencia y Tecnología en el Principado que implicara precisamente a la Universidad en el nuevo diseño de la región y que implantara los sectores de la llamada nueva economía -las telecomunicaciones, la ingeniería genética, la biotecnología, los nuevos materiales, la nanotecnología-, capaces de crear riqueza en mayor medida que los tradicionales. El razonamiento sigue siendo válido, y ahora con más motivo. A los caminos que abre el nuevo Ministerio hay que sumar los que brinda la política de la UE, que quiere primar la investigación. Asturias ya no tiene derecho a los cuantiosos fondos estructurales para infraestructuras al dejar de estar entre las regiones de Objetivo 1, las más necesitadas. Como compensación, recibirá a partir de este año una nueva línea de ayudas destinadas a la innovación. La única posibilidad de seguir sacando provecho a grandes subvenciones europeas pasa por esta vía.

Es urgente acertar porque el Principado parte desde los últimos puestos. Si la UE recomienda que cada país destine a investigación el 2 por ciento de su PIB, Asturias apenas llega al 0,9 por ciento. Un informe de la Fundación Cotec, organismo privado para fomentar la innovación, señala que entre 1995 y 2005 el aumento del esfuerzo en I+D+I ha sido notable, por ejemplo, en Extremadura, Galicia y León, pero por debajo de la media nacional en Asturias. Paradójicamente, si se mide por la publicación de trabajos en revistas especializadas nacionales e internacionales, en la región existe una alta producción científica, muy superior a su peso demográfico, e investigadores de gran prestigio mundial.

Severo Ochoa, el premio Nobel asturiano, se quejaba en su retorno de EE UU de la funcionarización, la burocratización y la escasa capacitación intelectual que se daba en la investigación en España. Ochoa pedía que los distintos centros científicos estuviesen «íntimamente entrelazados» para que sus esfuerzos no resultaran baldíos. «Lejos de unirse», lamentaba amargamente en 1986, «se miran con recelo, si no con antagonismo, y tienden a encasillarse cada uno en sus poco productivas torres de marfil». Una comunidad de reducido tamaño, como la asturiana, dispone de pocos medios y personal para acometer proyectos ambiciosos. El problema sólo puede resolverse, internamente, evitando la dispersión actual de laboratorios y competencias, y, externamente, recurriendo a la colaboración. Madrid acaba de poner en marcha un plan investigador. Fue una ocasión perdida para que Asturias estableciera una alianza estratégica y consorciara trabajos que multiplicaran su limitada potencia. Una ocasión, en definitiva, para derribar algunas de esas torres de marfil que tanto decepcionaron a Ochoa.

No todo puede reposar sobre las espaldas del Estado. La Universidad y, sobre todo, las empresas tienen que implicarse. La Universidad seguramente investiga menos de lo que debiera. Las empresas han empezado a invertir tarde, bien es cierto que cada vez invierten más, para contribuir al desarrollo tecnológico. Pero la investigación que se realiza tiene escasa utilidad. La mitad del dinero que ingresa el Consejo Superior de Investigaciones Científicas por patentes se debe a una enzima descubierta por la asturiana Margarita Salas, que permite amplificar muestras de ADN muy pequeñas para análisis genéticos y forenses. Pero su caso, por desgracia, es la excepción.

Si en su día Asturias fue vanguardia explotando las materias primas básicas, sobre las que cimentó su industria, ahora tiene que volver a serlo pero con la materia gris, el conocimiento, que es el valor esencial del capitalismo moderno. Asturias no puede dejar que esta oportunidad se escape porque la innovación es determinante para competir en el mundo global y porque, sin perjuicio de mantener una razonable diversificación de su tejido empresarial, necesita especializar su economía. Quien invierte en mejoras tiene más posibilidad de que sus productos conquisten mercados. Salir a vender al exterior no es ya un objetivo sino una necesidad absoluta de supervivencia, y la única forma de que la economía asturiana vuelva a ser puntera. Sólo la investigación y la tecnología abrirán esa puerta.