Quizá con el fin de encender un foco en un escenario alejado de las listas donde se refleja el drama del paro, o porque se lo han preguntado en una entrevista, lo cierto es que Celestino Corbacho, flamante ministro de Trabajo, ha decidido abrir el melón de la eventual participación de los inmigrantes en los procesos electorales. Corbacho -que ha sido muchos años alcalde- habla de elecciones municipales y lo que dice, en principio, tiene fundamento: si un inmigrante lleva ocho o nueve años viviendo y trabajando legalmente en España, que pudiera votar al alcalde y a los concejales de la localidad en la que trabaja y paga impuestos sería lo normal. Así sucede ya con los vecinos que pertenecen a países de la Unión Europea y, que se sepa, no se ha caído el cimborrio de la catedral de Burgos.

¿Dónde está, pues, el problema? El problema es político. Nace de una constatación sociológica: el grueso de la población inmigrante se inclinaría por opciones políticas de izquierdas. Los nacionalistas (CiU, PNV, EA, BNG o ERC) y el PP van por detrás en sus preferencias políticas. Quiere decirse que si la reflexión del Ministro se convirtiera en proyecto y los inmigrantes pudieran votar sin trabas, el Partido Socialista y lo que queda de Izquierda Unida serían las fuerzas que más pescarían en ese nuevo caladero de votos. Ésa y no otra será la razón que explique las resistencias que podría encontrar el «proyecto Corbacho» si es que algún día pasa de las musas al teatro.