Zaplana es un animal de la política. En el mejor y en el peor de los sentidos. A nadie deja indiferente: se le ama -como aliado o como socio- o se le odia. En su propio grupo parlamentario no deja de tener abundantes odiadores; de hecho, su situación desde la pasada legislatura, cuando fue portavoz del grupo, era insostenible. Ana Pastor, Federico Trillo, Miguel Arias Cañete, Soraya Sáenz de Santamaría, Gustavo de Arístegui, entre otras «estrellas» del PP, lo acusaban de torpedearlos y de ejercer un cierto boicot parlamentario contra ellos.

A todos los citados ha venido a sumarse Esteban González Pons, su enemigo público número dos (el número uno es Francisco Camps) en Valencia y ahora en el Congreso de los Diputados. A esta luz, y a la de su creciente distanciamiento con Rajoy, parece coherente su abandono del escaño: se estaba quedando muy solo en su juego a la contra, amparado muy tímidamente desde algunos sectores de la Comunidad de Madrid y, con menos timidez, desde sus dos medios más afines. Aunque ello no quiere decir que no se esté abriendo una escisión peligrosa en el Grupo parlamentario Popular, que, si antes no era del todo controlado por Zaplana, ahora tampoco lo es por Soraya Sáenz de Santamaría.

Zaplana deja mucha historia tras de sí. Ha llegado a acuerdos brillantes, ha sido un portavoz parlamentario pugnaz cuando convenía y flexible cuando alguna ocasión especial así lo requería; de esta guisa lo recordará su contrincante Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien mucho convenía tener enfrente a un portavoz «popular» tan contestado dentro de su propio grupo.

Ha habido libros publicados contra él y encendidas voces a su favor. Ya digo que se nos va un hombre polémico, de trayectoria cuestionada, pero del que nunca se han demostrado con suficiente rigor las acusaciones de todo tipo susurradas, tantas veces desde filas presuntamente amigas, contra él.

En todo caso, la política será un poco más aburrida sin este Eduardo Zaplana que últimamente se dedicaba a hacer cierta labor de Zapa. De Zapa, no contra Zapatero, precisamente.