La manifestación sindical del Primero de Mayo ha dejado de ser noticia por el agotamiento de las reivindicaciones y el escaso crédito de quienes las hacen. Cándido Méndez y José María Fidalgo sufren la misma desaceleración en cuanto a poder de convocatoria que la propia economía española. En Madrid, se manifestaron ayer 25.000 personas, según UGT y CC OO, y 9.000, de acuerdo con los datos de la Policía Nacional. En Langreo, la versión de unos y otros coincide en diez mil manifestantes, más que en la capital de España si hay que atenerse a las cifras más bajas. En cualquier caso, todo un éxito. Aquí y allá.

Los sindicatos son una institución obra del dinero público. Hace tiempo que no representan a los trabajadores y sus verdaderas inquietudes sociales. Nacieron para una cosa y, salvo honrosas excepciones, se han convertido en algo muy diferente. Los asalariados no pueden pretender que los que dicen representarlos defiendan sus derechos, enfrentándose a quienes les subvencionan. Eso sería pedir peras al olmo. Tanto la patronal como los sindicatos de este país responden a un mismo modelo de servidumbre hacia el poder que les mantiene y permite ingresos cuantiosos, liberados y demás familia.

Méndez y Fidalgo, si se fijan el oso y el madroño, han estado nuevamente en el papel que requiere la escenificación de la protesta anual. Muy legionarios ellos, han advertido de que no van a aceptar ningún mensaje de moderación salarial ni recortes de los derechos sociales por parte del Gobierno que les subvenciona. Hay que entender la dificultad de los actores para transmitir y lo agotado que está su crédito para no mondarse de risa. No hace falta preguntarse por qué en unas circunstancias como las actuales, con una crisis económica galopante, los sindicatos sólo movilizan a cuatro gatos.