Sigue, por supuesto, la marejada en el PP, donde se espera en cualquier momento la irrupción de un representante de una «tercera vía» entre Rajoy y Esperanza Aguirre, irreconciliables por mucho que este 2 de mayo vayan a verse las caras -y es probable que incluso se besen entre sonrisas; al fin y al cabo, en ediciones anteriores de esta efeméride, otros 2 de mayo, lo hicieron, casi entre muestras de cariño, la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde de la capital, que no pueden ni verse.

El encuentro ocurrirá a media mañana de este viernes primaveral, en las conmemoraciones de aquel levantamiento patrio al que algunos andan ahora buscándole tres pies al gato. En fin, que solamente nos faltaba ahora un debate sobre si tenían más y mejores motivos los «afrancesados» que el conjunto del pueblo sublevado hace dos siglos; sin duda, hay que leer más a Galdós y detenerse un poco ante los horrores de Goya antes de considerar que los «gabachos» aquéllos, capaces de las mayores brutalidades, eran los representantes de las luces frente a las tinieblas populares. Pero, en fin, ya hay quien, haciendo alardes poéticos, anda comparando aquellos combates en Madrid con los que mantienen las gentes del PP, también en la capital y en su comunidad.

Hay bofetadas por conseguir un lugar al sol en la Puerta del Sol a mediodía de este viernes, donde «Espe» ofrecerá una recepción a la que han sido invitados miles de madrileños, que no se quieren perder, aunque sea viéndolo a través de las pantallas instaladas al efecto, este abrazo, que no va a ser el de Vergara precisamente. No creo yo que vaya a haber mucha sinceridad en este estrecharse de manos y cuerpos, que más recordará al «choque de locomotoras» con el que nos amenaza algún dirigente nacionalista que a un principio de reconciliación sincera que tantos militantes populares ansían.

El caso es que esta «cumbre» protocolaria de quienes ahora mismo constituyen las cabezas visibles de los dos sectores en los que aparece casi segmentado el PP está rodeada de mucha atención y de bastante pasión. Porque son muchas las incógnitas que aún rodean al futuro inmediato del principal partido de la oposición: ¿quién será el nuevo secretario general que sustituya, en el congreso de junio, a Ángel Acebes, todo un espectáculo -por cierto- de dignidad en sus silencios resignados?, ¿quiénes los nuevos «hombres y mujeres fuertes» del partido que sigue capitaneando, cada vez con mano más firme, Mariano Rajoy? Los medios lanzan dos nombres: Esteban González Pons y Jorge Moragas. El primero, un valenciano que no tiene tanta sintonía como dicen con Camps, más allá del mutuo aborrecimiento de y a Zaplana, es persona brillante, mediática y gusta al sector joven del partido. Lo mismo que Jorge Moragas, el «diputado de la mochila», un diplomático que ahora está especialmente próximo a Rajoy y que ha ganado una particular batalla por quedarse con lo mejor de la representación internacional del partido.

Y ¿qué ocurrirá con otras figuras conocidas, carismáticas, del PP? ¿Se conformará Gustavo de Arístegui con su papel en la Comisión de Exteriores del Congreso sin sentir la tentación de ser él quien encarne una «tercera vía» tras el congreso de junio?, ¿mantendrá su leal aceptación de las cosas Miguel Arias-Cañete? Y, en el lado de los abiertamente disidentes, ¿hasta dónde llegará la rebeldía de gentes principales, como Manuel Pizarro o Juan Costa, frente al mando de la portavoz parlamentaria Soraya Sáenz de Santamaría? Porque resulta inevitable contemplar los paralelismos entre lo que está ocurriendo en el Grupo parlamentario Popular, donde todo son incomodidades e incomodados, y lo que sucedió hace ya veintisiete años en el grupo parlamentario de la UCD de Adolfo Suárez. ¿Por qué será que los cronistas políticos que tuvimos que narrar aquellos pasajes cainitas sentimos ahora un cosquilleo semejante? En fin, mantengámonos atentos al abrazo del oso y el madroño, este viernes, en la Puerta del Sol.