He leído en un periódico, no recuerdo ahora cuál, que Rajoy y Esperanza Aguirre sellaban la paz el mismo día de la guerra, refiriéndose al Dos de Mayo. Y también unas declaraciones del propio líder del Partido Popular, en las que don Mariano dice que la polémica ya está zanjada y el partido mejor que hace quince días. No obstante reconoce que la organización atraviesa «momentos de dificultad». Lo uno y lo otro. Rajoy, no sé si por fuerza de la reconversión, se está transformando en un político incomprensible. Puede que se deba a la dualidad gallega o a simples evasivas, pero no se le entiende bien, sobre todo después de haber dicho unas cosas antes de las elecciones y estar ahora en otros jardines. Él dice que no ha cambiado, pero yo desde la distancia lo veo distinto y bastante disminuido. Tiene muchos diputados, eso sí, y no pocos palmeros, pero insisto, hay un cambio perceptible del que ya se han dado cuenta muchos españoles y presumiblemente bastantes votantes.

El problema de Rajoy, insisto, es que está haciendo una lectura un tanto singular del resultado de las últimas elecciones. Ha llegado a la conclusión, creo yo, de que la fórmula para que le voten tanto como a Zapatero es parecerse al presidente del Gobierno, cosa absolutamente imposible me parece a mí y no demasiado recomendable teniendo en cuenta lo que el propio Rajoy pensaba hasta no hace mucho del inquilino de la Moncloa. Ahora bien, es posible que Rajoy haya cambiado por razones de indefinición gallega o por un nublado repentino. Es posible, digo, que don Mariano haya cambiado y lo que antes le parecía mal, Zapatero incluido, le parezca ahora divinamente.

En ese caso poco importa que el PP esté mejor o no que hace quince días. Más que parecerse o no a Zapatero, el problema del PP, en las actuales circunstancias, es que su candidato a la Presidencia se parezca a Rajoy, que ha cambiado de manera considerable.