Educación sentimental nada flaubertiana en este caso. Éramos niños y no sólo teníamos noticia de la Guerra de la Independencia a través de las enciclopedias escolares y de los libros de texto de aquel bachiller triunfal que comenzaba a los diez años, que los cumplimos en 1967. La tele también desempeñaba su función con la serie que tenía por título «Diego de Acevedo», protagonizada por un jovencísimo Paco Valladares, que hacía de gran baluarte contra el emperador francés. Recuerdo también haberme interesado por la figura del teniente Ruiz, porque de los otros dos héroes del 2 de mayo, es decir, de Daoíz y Velarde, se hablaba mucho más. Busqué al valeroso teniente en el Espasa y me gustó la información allí encontrada.

Éramos niños, y el 2 de mayo se contaba como una gesta contra el invasor francés. Éramos niños y, cuando salía a relucir lo mal que estaba el mundo, así como las campañas antiespañolas en el extranjero, se decía siempre que los franceses nos tenían rencor tras aquella gesta contra ellos en la que el valeroso pueblo español había salido triunfante. Pero nada se hablaba de Carlos IV ni de su hijo Fernando VII. Pero no se mentaba la persecución sufrida por los liberales españoles a resultas de las felonías de Fernando VII.

Con el tiempo transcurrido, lo que sigue siendo un apasionante tema de discusión, que cada cual lleva a donde más conveniente le resulta, es que las Cortes de Cádiz son inseparables de los sucesos de los que conmemoramos el 200.º aniversario. Rechazo al invasor y, al mismo tiempo, se da forma a una Constitución con la que este país tenía voluntad de entrar en la historia contemporánea, hija innegable de la Revolución francesa, de la que Napoleón decía ser su principal valedor para propagarla por «la vieja Europa».

Hablando del 2 de mayo, de la forja de una nación, de la trágica historia del liberalismo español. Hablando del 2 de mayo, ¡cuánta razón tiene Ortega cuando señala en su «España Invertebrada» que aquí, en nuestro país, casi todo lo hizo el pueblo!

Si de hazañas bélicas hablamos, si de epopeyas admirables tratamos, ¡con qué exactitud hubiera podido el pueblo español que se levantó contra el invasor sentirse una especie de Cid colectivo y decirle -mutatis mutandis- a aquel nefasto monarca aquello del buen vasallo si hubiera buen señor!

Hablando del 2 de mayo, ¡qué grimoso resulta que muchos de los herederos del absolutismo y del reaccionarismo se declaren ahora albaceas de aquello, cuando el liberalismo español fue su víctima durante casi todo el siglo XIX, también durante el franquismo!

Hablando del 2 de mayo, los que reivindican esa fecha como santoral de su rancio patriotismo, ¡cómo ocultan, sin embargo, aquel episodio infame en que España vuelve a ser invadida por otra «gabachada», esta vez bajo el sacrosanto nombre de Cien mil hijos de San Luis!

Hablando del 2 de mayo, ¡cuánta luz arroja sobre aquel momento y sus consecuencias el ensayo de Unamuno que tiene por título «En torno al Casticismo»!

Hablando del 2 de mayo, ¡cómo no recordar a Galdós, a sus episodios, a su crónica, amarga y lúcida de lo que fue el Ochocientos en España! Ningún novelista de encargo para estos fastos le llegará a los tobillos.

Hablando del 2 de mayo, lo cierto es que desde los pueblos anteriores a los romanos hasta el mismísimo Napoleón, aquí todo el mundo vino a hacer turismo, no siempre con los mejores modales. De ahí esa obsesión por lo castizo que ocupó a gentes como Ganivet y Unamuno. De ahí también esa visión de España, romántica y fascinada, que daban los viajeros más ilustres a lo largo del XIX.

Hablando del 2 de mayo, tras él, los que reivindicaban absolutismo y cadenas frente a los candorosos liberales que tan mala suerte corrieron en la mayor parte de los casos. Hablando del 2 de mayo, el drama de aquellos que veían en la Revolución francesa el inicio de una nueva era y que, al mismo tiempo, rechazaban y tenían que rechazar los excesos y los atropellos de la chusma que venía con la invasión.

Hablando de 2 de mayo, y volviendo a Galdós, ¡qué desnivel más abismal y vertiginoso el que puede encontrarse en el protagonista de su episodio «Napoleón en Chamartín» que empleaba gran parte de la mañana en «arreglar la cabeza por fuera», frente a aquel pueblo de Madrid que luchaba por lo suyo, por un país que, ¡ay!, estaba por hacer.

Hablando del 2 de mayo, me pregunto qué pensaría Galdós si pudiera ver ahora a doña Esperanza Aguirre como invitada mayor de la efeméride. Persuadido estoy de que le haría sitio en alguno de sus episodios, y no tengo dudas acerca del tratamiento, literario, que recibiría.

¡Hay que ver lo bien que se lo pasa la buena señora, que, para mayor baldón, se declara liberal!