En la ría de Ribadeo, de la que había sido designado marqués, descansará definitivamente Leopoldo Calvo-Sotelo, el primer jefe del Gobierno de la democracia española que fallece, tras una Presidencia breve pero intensa, y tras un retiro tranquilo, pocas veces alterado para asistir a alguna recepción u homenaje. Porque, de uno u otro modo, a Calvo-Sotelo se le reconocieron abundantemente sus méritos, sus tareas de jefe del Gobierno en tiempos difíciles. Se ha recordado profusamente estos días que su sesión de investidura hubo de completarse, en una segunda vuelta, después de que la primera votación se viera interrumpida por los disparos de Tejero y su tropa de tricornios, con su «todos al suelo» terminante. El desventurado coronel aquél a punto estuvo de truncar la transición a la democracia, y a Calvo-Sotelo le correspondió enderezar, en lo posible, una situación que ya se había torcido. La torcieron algunas interpretaciones de la Constitución laxas y permisivas, y la torció, sobre todo, año tras año, la sangría insoportable que producía la banda ETA, con entierros clandestinos de víctimas para evitar las algaradas de la extrema derecha en los cuarteles. De aquellos polvos y del 23-F, Calvo-Sotelo se vio en algún grado favorecido: la clase política se relajó y tranquilizó, atendiendo a la recomendación del mismísimo Rey, para evitar males mayores. Y posiblemente ya nunca fue lo mismo. Hubo que retirar velas y reducir la velocidad de crucero que había impuesto la UCD gobernante, porque la propia UCD empezaba a hacer aguas. Y se deshilachaba por momentos: un día anunciaban su salida los demócrata- cristianos de Algaza y de Herrero de Miñón, con la vista puesta en una derecha más clara, y otro día seguían la ruta contraria los socialdemócratas, reclamados ya por el PSOE de Felipe, que se veía a punto de alcanzar el Gobierno de la nación. En esa coyuntura correspondió gobernar a Calvo-Sotelo, con el juicio a los militares del 23-F, con la entrada en la OTAN, con el caso del etarra Aguirre, torturado en comisaría y muerto en la prisión de Carabanchel... Y finalmente, con una convocatoria de elecciones anticipadas de las que ya se adivinaba el triunfador: los socialistas de Felipe González llegan al poder con mayoría absoluta y para un tiempo largo, de 14 años...

Ese Calvo-Sotelo en sus últimos años estaba más o menos incorporado a las filas del PP, sin intervención alguna en sus decisiones ni en su trayectoria. De manera que es posible que empezara a ver repetida la historia que le correspondió gestionar a él mismo con la UCD: la historia de un partido desflecado, con escaso liderazgo y con los deseos de algunos de sus dirigentes de emprender una trayectoria distinta y más feliz, después de la derrota en dos elecciones. El de Ribadeo habrá visto, sobre todo en sus últimos meses, cómo otro gallego navega a duras penas por el proceloso mar de la derecha. Seguro que pudo haberle dado buenos consejos, pero nadie se los pidió nunca y él se había refugiado en su piano y sus millares de libros, en su casa de Somosaguas, Pozuelo, donde de repente se puso enfermo, empezó a perder el pulso y se desvaneció, se apagó, sin remedio posible...