Leemos estos días en las portadas de los periódicos hasta qué punto ha caído en picado la popularidad de Nicolas Sarkozy. Hace apenas unos meses pude escuchar en una tertulia periodística madrileña, más bien afecta a la derecha, una frase como ésta: «Pues a mí ya me gustaría tener a Sarkozy en lugar de a Zapatero». Me da la impresión de que nadie, por muy enfadado que esté con el presidente español, o por muy comprometido que esté con el PP, osaría decir ahora que prefiere al galo del Elíseo antes que al producto nacional de la Moncloa. A mí, en todo caso, esta caída en picado del vecino del Norte me sirve como meditación acerca de la futilidad del ser, lo efímero de la gloria, el efecto veleta que siempre resfría a la opinión pública y todas esas cosas que se dicen en estos casos.

Es decir, aplicando la tal meditación a los parámetros domésticos, resulta que nada es eterno e inmutable. La realidad se transforma, y nada transforma más las realidades que una coyuntura adversa, por ejemplo, en materia económica. Veo a un Zapatero triunfante, sin duda divertidísimo leyendo cada día esos periódicos que antaño eran sapos que tenía que tragarse, pero que ahora cuentan cada día cómo los rivales del Partido Popular se sacuden como si del duelo a garrotazos goyesco se tratase. En un rapto de elegante cinismo, digo de buenismo, ZP ha declarado: «Espero que el Partido Popular no caiga en la desesperanza en este momento». Debe ser que no le gusta pedalear en solitario, sin competencia, hacia la meta trazada ya para el año 2012. Pero...

Pero sospecho, ya digo, que la legislatura que apenas ha empezado -el Parlamento aún no ha entrado de pleno en funcionamiento- va a dar muchas vueltas, y no siempre se va a mantener en los términos bonancibles para el Gobierno que conocemos estos días. Ni, es de suponer, van a pintar siempre en bastos para el principal, y único, partido de oposición.

Ya sé, ya sé que Zapatero no es Sarkozy -ni en lo mejor ni, sobre todo, en lo peor- y que el espectro de una Carla Bruni, por poner solamente el ejemplo más alegre y humorístico, está muy lejos de las tentaciones en el severo palacio de la Moncloa. Pero hay otros nubarrones en el horizonte, y el económico es el que mayores perspectivas de tormenta presenta hoy por hoy: veremos qué ocurre cuando se publique el índice de morosidad, a finales de este mes.

A Zapatero, que no está actuando mal, en mi opinión, en sus primeros pasos en esta legislatura, en busca de consensos que sin duda le reclamaban los electores, le van a estar recordando durante muchos meses, sin duda, sus excesivamente optimistas -y falsas- previsiones anteriores a las elecciones generales. Y eso, cuando el Partido Popular deje de jugar a la ruleta rusa, puede propiciar el inicio de un vuelco en este cuatrienio fascinante que se nos ha echado encima. Confieso que pocas veces desde los inicios de la transición me ha apasionado tanto el seguimiento de la actualidad política.