A estas alturas intentar hacerse una idea cabal de lo que sucedió en el mundo civilizado durante el mes de mayo de 1968 se me antoja una misión casi imposible. El ambiente se ha viciado y empapado de sentimentalismos, nostalgias e ideologías, que vienen a ser un poco lo mismo. Y así no hay humano que se aclare. Pero si alguien es capaz de juntar un poco de tiempo con algo de paciencia puede rebuscar con cuidado entre la proliferación de escritos sobre aquel entonces hasta encontrar algunas reflexiones sobre las que construir una visión aproximada de las cosas. De todas aquellas palabras y de todas aquellas cosas.

Parece claro que hay demasiada literatura sobre los sucesos de aquel mayo. Demasiadas miradas reforzadas por fotografías, películas, libros y testimonios tan heroicos como poco contrastados de líderes juveniles. El club de adoradores del 68 convive a fecha de hoy con una nutrida batería de pensadores y políticos que sostienen que muchos males que aquejan a las actuales sociedades occidentales tienen su arranque en aquel florido mayo. Es el caso de Nicolas Sarkozy y su entorno, que culpabilizan a aquellos polvos del actual declive del sistema educativo francés, entre otros fraudes. De hecho, el Presidente galo propuso como argumento en su campaña electoral la demolición de cuantos restos del 68 como encontrase a su paso. Y le fue bien.

Personalmente soy alérgico a los excesos, a las revoluciones y a los fastos y creo que es necesario fiarse de pensadores que sean capaces de conjugar el dinamismo y la valentía de aquellos jóvenes con una evaluación realista de los resultados del movimiento.

Me gustó mucho el frío y documentado análisis que Antonio Elorza ofreció a sus lectores en «El País» en un artículo titulado «¿Marx, Mao o Marcuse?» en el que desmitificó un poco lo sucedido en aquel concreto mes a la par que aclaraba que muchos logros fueron producto mas de la evolución de argumentos ya en circulación desde varios años que del arrebato de los levantadores de adoquines.

Pero me confieso seducido por el testimonio majestuoso, nítido y decantado del líder de tantas algaradas sorbonienses, Dani el Rojo, rostro aniñado y risueño entre cascos de gendarmes. Dani el Rojo ahora es un diputado gordezuelo y verde en Estrasburgo. Dani el Rojo, transido de gozo, ha explicado el 68 en dos patadas: la rebelión de mayo fue sólo un juego y un combate de la inmadurez contra la impresentable madurez. Y añade: «En realidad nuestra Revolución se sublevó contra el matrimonio De Gaulle, eso fue todo.» Implacable y tajante espíritu autocrítico. Difícil ser más claro, honrado y conciso con menos palabras. Pero esta frase hay que leerla muy despacio y entenderla en su contexto. Se corre el grave riesgo de que la frase se interprete de la manera en que lo hace el novelista Vila Matas: «Miro ahora una foto del matrimonio De Gaulle. Se les ve de espaldas a la cámara, románticamente abrazados, sentados en una tapia de su jardín. Dos gruesos culos. Ahora comprendo a la Revolución». Ya ven a donde hemos llegado. A diseñar culos que lo explican todo. Creo que por ahí sí que nos ha jodido mayo.