El Gobierno acaba de relanzar su ofensiva laicista. Vaya por delante que el término no está en la Constitución y es acusadamente polisémico. Por ejemplo, desde la terminología de la Iglesia católica, los laicos son los fieles no consagrados, algo así como el 99 por ciento de los bautizados, de manera que laico es el católico común. Entrar en distingos -laicos, laicistas, laicismo...- son ganas de enredarse sin sentido, porque lo que está claro es que ZP y los suyos no pueden ver ni en pintura a la Iglesia. ¿Pero por qué recrudecen ahora la ofensiva?

Por dos razones:

1) El Gobierno está dando marcha atrás en casi todo, así que en algo debe mantener posiciones y aun reforzarlas, de manera que, según la ley del mínimo esfuerzo, leña a la Iglesia, el eslabón más débil de la cadena de la realidad.

2) La Iglesia española desde hace unas semanas es aún más vulnerable.

Me explico: la pugna en el PP entre cristianos -demo, tecno, cripto...- y liberales, con triunfo fulminante de los cristianos, deja, paradójicamente, a la Iglesia al pairo, porque apenas tienen valores políticos.

El escenario tiene sus antecedentes. Desde la desamortización, la Iglesia teme más que a un nublado al Estado liberal centralista y le encantan lo que ahora se llaman territorios, de ahí que los cristianos del PP se hayan hecho fuertes en esas taifas -Comunidad Valenciana, Galicia, Murcia, Andalucía- complementando el mapa esbozado desde hace décadas por los dos partidos católicos por excelencia: PNV y Convergencia.

Así las cosas, los propios cristianos están abriendo las puertas de par en par a los enemigos declarados de la Iglesia y su campaña laicista, ya que desplazan a los únicos que la defendían con valentía y eficacia.

Cómo será el entreguismo que la punta de lanza del catolicismo español es un ateo: Federico Jiménez Losantos. No hay duda, a nadie odian más los enemigos de la Iglesia.

Hoy es Pentecostés, ¡qué falta hace!