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Antes de febrero, la Universidad de Oviedo tiene que tener a punto su mayor reconversión en mucho tiempo. Se trata de diseñar en nueve meses una reforma total de las carreras, y hasta de la manera de ejercer la docencia, para homogeneizar los estudios con toda la Unión Europea. Es lo que se conoce como el proceso de Bolonia, ciudad italiana donde los ministros de Educación decidieron en 1999 unificar sus estudios superiores para garantizar idéntica formación a todos los titulados, con independencia del país del que procedan, y facilitar su reconocimiento académico y su movilidad laboral.

Como parte de este proceso, Gotor ya ha anunciado su intención de poner en marcha cuatro nuevas carreras, Periodismo, Arquitectura, Deportes y Traducción e Interpretación, y ha enunciado otros cambios que pueden resultar internamente más problemáticos, como la fusión de todas las filologías. En una institución burocratizada, sometida a muchas inercias y con tantos departamentos celosos de guardar su territorio, no hay que ser adivino para pronosticar que el camino por esta última vía va a resultar difícil.

Todo este debate, ciertamente importante, no puede relegar de la agenda otro aspecto clave para el futuro universitario. En una economía cada vez más dominada por la ciencia y la tecnología, la Universidad tiene que rentabilizar el conocimiento en Asturias. Y eso sólo puede lograrse haciendo investigación e innovación.

El catedrático asturiano Álvaro Cuervo García afirmó durante la lección magistral con motivo de su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas que, «actualmente, el conocimiento y el desarrollo emprendedor son los activos más importantes de los países, como antes lo fueron el capital físico o los recursos naturales (...). Las universidades deben, y pueden, convertirse en motores del desarrollo económico y social. Unas lo harán aumentando la cualificación de los ciudadanos y otras mediante la investigación científica y técnica». Es un ideario que enmarca perfectamente por dónde hay que trazar el futuro de nuestras universidades si queremos que sean eficaces y competitivas.

El futuro de las empresas depende, cada vez más, de su predisposición para generar y aplicar nuevos hallazgos científicos y tecnológicos. Éstos sólo llegan por la capacidad del capital humano con el que cuentan. Y ambas cosas, el desarrollo del saber -la investigación- y la formación del capital humano -el estímulo de los emprendedores-, convergen en la Universidad.

En el conocimiento científico ya no existen ligas nacionales. Se juega todo en el campo internacional. Las universidades que no aparezcan en media docena de campos de la ciencia en posiciones destacadas en el mundo van a ser de segunda división.

Con arreglo a este baremo, la Universidad de Oviedo en su conjunto, lamentablemente, no está entre las destacadas. Hay grupos de investigación, pocos, de primerísimo nivel y otros cuyo peso no es relevante. El propio rector, que ha pisado los laboratorios y que acaba de designar a su vicerrector de Investigación casi como su número dos, parece ser consciente del problema. En su primer artículo tras ganar las elecciones, publicado en LA NUEVA ESPAÑA, denunciaba el aislamiento de la Universidad respecto a la sociedad asturiana y a las empresas y abogaba por romper esas barreras potenciando la labor investigadora.

Asturias atiende la investigación menos de lo que debe. No es solamente un problema de recursos, en los que hay que implicar más a las empresas, sino de que los disponibles se empleen de otra manera. Las estructuras administrativas son muy rígidas y obligan a los investigadores a invertir mucho tiempo en papeleo. Cada pago, por pequeño que sea, conlleva un complicado expediente administrativo y una maraña de trámites, que desincentivan la tarea. El rigor en el control del dinero público es indispensable, pero tienen que existir formas más ágiles de ejecutarlo. El Principado está montando una red de centros tecnológicos sin contar prácticamente con la Universidad y consolidando plantillas de investigadores paralelas, con lo que los escasos esfuerzos en este terreno acaban por resultar todavía más ineficaces con tanta dispersión.

La Universidad asturiana, cada vez más disminuida -hace bien poco tenía 43.000 alumnos y ahora apenas llega a los 24.000-, no puede vivir sólo del peso de 400 años de historia. En el ranking de universidades y en el de la investigación está varios peldaños por debajo del lugar que le corresponde. La Universidad es una institución de enorme importancia para Asturias y tiene que serle útil, ayudándola a resolver sus problemas. Es la mejor forma de rendir cuentas a la sociedad que la sustenta, pero también de hacer evidentes sus resultados. En el inicio de un nuevo Rectorado en el que se auguran tantos cambios hay que tener este objetivo presente. Cambiarán las titulaciones, se adaptarán a las nuevas exigencias europeas, evolucionará la forma de ejercer la docencia, pero como no aumente la capacidad y la calidad investigadora de nuestra Universidad todo quedará en una de tantas revoluciones semánticas.