Descubrí, no hace mucho, que escribir del pasado supone darse el gustazo de leer con asombro lo que uno tenía olvidado. Por eso, y por alguna otra razón que callo, me propongo escribir un poco de aquel Mayo del 68 en el que un servidor había acabado el Bachillerato y se oponía con todas sus fuerzas a estudiar para perito, que era la obsesión familiar. Pero yo no estaba por la labor, acababa de obtener un premio en el primer certamen de la Joven Pintura Asturiana y andaba por Oviedo descubriendo la vanguardia del arte con Humberto y con Guache en la galería Tassili, de Toto Castañón, al tiempo que me iniciaba en la farándula de unas fiestas de lo más «in» que organizaban, no sé si los intelectuales o la seudointelectualidad. Era un joven que, como la mayoría de los jóvenes, pasaba mucho de Eurovisión, de lo que hacía María Félix de los Ángeles, alias Massiel, y de vestirme en Santamaría, la elegante tienda que un tío suyo tenía un poco más abajo de lo que hoy es el Reconquista.

Por aquel entonces íbamos como vuelven a ir, ahora, los jóvenes; con el pelo largo, las patillas exageradas y los pantalones de campana. La historia se repite; los jóvenes van a su bola y, en la calle, se habla de Eurovisión. Lo curioso es que antes de que se montara este lío, hace apenas un mes, estuve hablando con Massiel, en un viaje Madrid Oviedo que hicimos juntos en ese tren que quiere ser ave de vuelo alto pero que se transforma en pato desde Valladolid hasta aquí.

Massiel, por carácter y por fuerza, sigue siendo la Massielona de siempre porque, cuando llegamos a la estación de Oviedo y subimos por la escalera, cada uno con su maleta, dijo, parándose en el rellano: «Mira; sesenta años cumplidos y con la maleta a cuestas. ¡Con dos cojones!» Y lo dijo como si estuviera en el Royal Albert Hall de Londres cantando aquel «La, la, la» que, ahora nos enteramos, había amañado Franco.

Menudo negocio, buena la hizo Pacho si es que, al final, compró los votos, porque al año siguiente, cuando nos tocaba organizar el festival, media Europa se puso en contra y anunció que lo boicotearía si el Gobierno no levantaban el estado de excepción que había decretado Fraga, ante el temor de que pudiera estallar una revuelta como la del año anterior, Mayo del 68, en Francia.

En Madrid -y sobre todo en Barcelona- los estudiantes protestaban con manifestaciones y con huelgas, mientras un buen número de países amenazaba con no asistir si Franco no liberaba a los presos políticos y ponía fin al estado de excepción, que fue levantado el 24 de marzo, una semana antes de que se celebrara Eurovisión en el teatro Real de Madrid.

La dictadura no aguantó el envite. Franco levantó el estado de excepción, liberó algún preso político y renovó su Gobierno cambiando nada menos que trece ministros, de un total de dieciocho, y acelerando el proceso de sucesión, que le llevaría a nombrar, en agosto, a don Juan Carlos de Borbón como su sucesor.

Dicho así puede parecer que atribuyo a Eurovisión un papel determinante en la apertura del régimen franquista. No se alarmen, Eurovisión influyó pero no hasta ese punto. De todas maneras tiene guasa que hubieran comprado el premio para lavar la imagen de España y que, al año siguiente, el premio se volviera en su contra. Darles dinero a ciertos países para que te voten y que luego te hagan la puñeta es como esas cosas que no pueden ser verdad a menos que hayan sido mentira previamente. Es algo así como el caso de aquella chica estadounidense que, por probar, se tomó una Viagra y tuvo una erección ficticia que le provocó un dolor real que los médicos no sabían cómo curar hasta que a uno se le ocurrió provocarle un orgasmo imaginario.

El «La, la, la» del 68 trajo el 69, una postura que la dictadura consideraba inaceptable; pero no tuvo otro remedio que transigir y aceptarla a regañadientes.