Ser o no ser de una especie. No puede existir ninguna duda de que asegurar la viabilidad a largo plazo de las poblaciones cantábricas de oso pardo es la única estrategia cabal para su conservación. Por eso en el seminario celebrado en Proaza en marzo de 2006, entre otros, se señalaron como objetivos esenciales evitar la mortalidad por causas imputables a la acción del hombre; conservar y mejorar su hábitat; asegurar la conexión entre poblaciones y núcleos de población; garantizar su pureza genética; estudiar medidas especiales para la conservación de la población oriental; establecer un programa de seguimiento de la población y del hábitat, e incrementar la sensibilidad hacia la especie y potenciar la educación ambiental. Algunos parecen haber olvidado estos planes y, haciendo de su capa un sayo, pretenden convertir a los plantígrados en animales mediáticos: ya saben, hay que exprimirlos para que produzcan dividendos notables; si es a corto plazo, mucho mejor. No les importa matar la gallina de los huevos de oro, por otra parte, típico acto que tan sólo realizan los más obtusos.

Ni quiero ni voy a hablar del ridículo que están haciendo a costa de «Paca», «Tola» y «Furaco» en el cercado de Proaza porque, con la avidez que tiene el ser humano de participar o avistar coitos ¿interruptus?, estaba cantado que sería un espectáculo digno del Santiago Bernabeu. ¿Cómo no fueron capaces de reunirlos en un espacio aislado para que copulasen en trío con tranquilidad? Cuestión propagandística de experiencias «in situ» que, por mí, también podían hacerlas con osos de peluche, porque, a la postre, no afecta directamente a los ejemplares silvestres.

Actualmente, uno de los mayores problemas que tienen en Europa los osos para sobrevivir es que se están habituando a los espacios antropizados; el atavismo de respeto y miedo a la especie humana lo están perdiendo. «JJ1» y «JJ3» (no es ninguna clave para la CIA o el KGB) eran dos plantígrados descendientes de «Jurka» y «Joze», dos osos pardos de Eslovenia que fueron reintroducidos en los Alpes italianos, en el parque natural del Trentino. El primero de ellos, «JJ1», conocido por «Bruno», fue muerto en Baviera en julio de 2006, cinco horas después de que entrara en vigor el permiso especial para su caza, concedido por el Ministerio de Medio Ambiente bávaro. El segundo, «JJ3», un macho de dos años, fue abatido el día 14 del pasado abril en el cantón suizo de Grisones, después de que las autoridades cantonales y federales dictaran su sentencia de muerte a causa de sus acercamientos a zonas habitadas. Cuento esto porque ya en el seminario citado anteriormente se criticó con dureza la política de alimentación suplementaria seguida por el FAPAS el año 2005 en el concejo de Proaza, por los alrededores de Bandujo, Las Ventas, Quintaneiro y Las Mazas, cuando instalaron cámaras fotográficas automáticas con cebo (cadáveres de burros, caballos y conejos) y armaron un laberinto de espino por el que tenían que pasar los osos para alcanzar el alimento gratuito, que consistía en pienso para perros depositado en una colmena, puesta primero a la puerta y más tarde en el interior de una cabaña destechada. En una de tantas fotografías que hice a este conjunto (laberinto, cabaña y colmena) observo el rastro de las uñas que estampó el plantígrado al escalar la fachada. Por cierto, retirado todo ello a los pocos días de tropezar en las cercanías al fiscal de Medio Ambiente, don Joaquín de la Riva, y comentarle el tema.

Relato esta historia porque, según mis noticias, en la cabaña de Los Túneles, entre Proacina y Bandujo, se continúa haciendo lo mismo y, si así fuera, sería gravísimo porque la alimentación suplementaria asociada a la presencia humana puede crear osos problemáticos como los abatidos a tiros en Alemania y Suiza recientemente. Fieras habituadas al hombre que hay que alejar cuanto antes de su entorno haciendo inaccesibles los basureros para que retornen a la alimentación tradicional y, como recomiendan los expertos, a tiros con pelotas de goma si es necesario, para que no ocurra una desgracia. Como dice un gran amigo y defensor a ultranza de la Naturaleza, «quiero más que desaparezca la especie que mendiguen por los basureros». Yo también.

El zapatero, a sus zapatos, y el turismo, a potenciarse a través de una gran gestión de las casas rurales con un servicio rayano en la excelencia, apoyado por un paisaje y una gastronomía sobresalientes. Todo esto, por suerte, se encuentra, con el valor añadido de la amabilidad que derrochan en los pueblos de montaña enclavados en la cordillera Cantábrica, sin necesidad de avistar osos, urogallos o lobos. Bien está su vitola para promocionar en guías y carteles estas tierras maravillosas. Cualquier tipo de turismo que perturbe el hábitat y la tranquilidad de la fauna es intolerable; incluidas las excursiones programadas para divisar osos, urogallos o lobos. Menos mal, por lo que tenemos entendido, que la consejera de Medio Ambiente, Belén Fernández, tiene las cosas claras y no va a permitir esta locura, esta polémica ridícula. Así sea.