Nadie diría, cuando se adentra en Hospitalet de Llobregat, que lo hace en un municipio que comparte varios kilómetros de calle con Barcelona, quintaesencia de la modernidad y el "new design" y una de las ciudades de moda en Europa. En Hospitalet no hay edificios de Nouvel, ni frente marítimo renovado, ni tiendas de Louis Vuitton, Max Mara o Escada. Lo que sí hay son socavones en las obras del AVE, una densidad de población cercana a la de lugares como Calcuta y, cada vez en mayor número, inmigrantes. Una cuarta parte de sus 260.000 habitantes no son españoles. En su mayoría, se hacinan en pequeños pisos destartalados, los mismos que en los años cincuenta y sesenta acogieron a los miles de extremeños, andaluces, gallegos o murcianos que llegaban a Cataluña huyendo de la miseria. La diferencia estriba en que donde antes vivía una familia, ahora lo hacen tres. Se calcula que en la ciudad hay, por lo bajo, 4.000 pisos patera, ocupados por más de ocho personas. La mayoría, en los barrios de Torrasa, Florida y Can Serra, convertidos, por la alarmante pasividad y falta de planificación del gobierno municipal, en auténticos guetos, delimitados por paredes tomadas por el grafiti, en los que se amontona la basura fuera de los contenedores y han proliferado las mafias que trafican con presuntos permisos de trabajo y los enfrentamientos entre bandas de adolescentes latinos. La población autóctona, la que nació y creció en Hospitalet, indefensa ante la degradación de su entorno, hace las maletas. Cada año 5.000 residentes abandonan la ciudad a sus nuevos ocupantes.

Paseando por la Avenida del Carrilet, una de las arterias principales de la urbe, los vecinos de los números 162 al 170, que todavía se reúnen en la esquina al caer la tarde para solucionar los problemas del país, me señalan indignados las farolas que nos alumbran, poco más que unas bombillas sustentadas en un poste de madera apolillada que amenaza con desplomarse en cualquier momento. A escasos metros, un muro delimita la entrada ferroviaria del sur de Barcelona, que atraviesa en superficie Hospitalet de cabo a rabo, sin que la promesa de soterramiento que hizo el alcalde hace más de veinte años haya sido nunca cumplida. Tampoco se ha soterrado el ramal oeste de cercanías, que separa el barrio centro de los de Pubilla Casas y Can Serra, y en el que juegan a tirar piedras y escapar del tren niños con rasgos andinos vestidos con la camiseta del Barça. A ellos parece no importarles vivir cercados por las vías del tren.

Y con los hospitalenses de toda la vida, de la ciudad se va la economía: en los últimos cinco años el paro ha aumentado un 40 por ciento, pasando del 5 al 8 por ciento de la población activa, y la actividad económica ha descendido por encima del 5 por ciento, a pesar de haber contado con un contexto de crecimiento en el resto del país. Mientras España crecía a ritmos superiores del 3 por ciento, Hospitalet perdía renta. Existían planes para promover la actividad: se iban a construir viviendas de protección oficial y se hicieron, pero únicamente 27 de las 1750 prometidas; se iban a crear plazas de residencia asistida para mayores, pero 4 de cada 5 personas mayores de 85 años no gozan de una; se promovería la apertura de guarderías públicas, pero hay 500 familias que cada año se quedan sin plaza.

En 1994 llegaba a la alcaldía de la ciudad Celestino Corbacho. Lo hacía tras la imputación a su antecesor, el también socialista Ignacio Pujana, de un delito de tráfico de influencias. Desde entonces, con mano de hierro y sin admitir una sola crítica, ha ido ascendiendo peldaños en el escalafón político catalán. Poco importa que no cuente en su currículum con título universitario alguno o que el balance de su gestión sea cuanto menos discutible. Zapatero, en justo premio a su liderazgo en el PSC, y en demostración de que para el Presidente del Gobierno el mérito y la capacidad tienen escaso valor a la hora de escoger colaboradores, le ha encomendado que gestione el mercado laboral y la inmigración en España. Si en Hospitalet ha conseguido que aumentase el paro en plena bonanza y ha permitido sin pestañear la creación de guetos para los inmigrantes que no dejan de llegar, ¿qué no será capaz de hacer por España?