La moratoria de siete años que trataba de amansar el ímpetu de instalaciones eólicas en Asturias acaba de darla por terminada el Principado; de modo que, por lo pronto, percibimos cierto efecto embalse: el septenio de espera ha incrementado el número de solicitudes de instalaciones a 70, con lo que, abierta la presa, correrán todos juntos contra el viento y producirán en el observador la impresión de una intensa ocupación del territorio. De hecho, si no fuera por el impacto visual, a los aerogeneradores no habría que ponerles apenas pegas, sino al contrario. Pero la llegada de estos bosques metálicos y blancos en tal desbandada podría causar efectos no deseados. El pasó será de los trece actuales a los ochenta y pico futuros.

A la vez que finaliza la moratoria del viento, el Principado ha vuelto a comunicar la reglas de juego, de las que se deduce que el Occidente asturiano será la tierra más fértil para el crecimiento de molinos. Por el contrario, se ampara la franja costera, los espacios protegidos y, en buen medida, el área central, salvo en el caso de pequeños parques para el consumo de ciertas zonas -autoconsumo, se denomina-, o parques dedicados a la investigación.

Esto del autoconsumo nos intriga algo, pues cuando un grupo de ilustres gijoneses levantó hace poco la voz contra los molinos previstos en El Musel, el concejal José María Pérez López dijo conocer el caso de Copenhague, donde buena parte de la electricidad que consumen los daneses de esa parte de Dinamarca se produce mediante aerogeneradores costeros. Menos mal. Pese a su mala fama literaria, algo huele a viento fresco y bien aprovechado en Dinamarca.

Por tanto, acabada la moratoria, hemos de preguntar al Principado si los molinos de El Musel han de encuadrarse en una excepción a la protección de la franja litoral, o, por el contrario, entre los casos dirigidos a cubrir necesidades de autoconsumo o a procurar el avance científico. Es tan sólo una pregunta inocente, aunque no lo parezca.