A Gustavo de Arístegui, sin duda uno de los valores del Partido Popular de hoy y de mañana, algunos se empeñan en presentarlo como un disidente, infiel a Mariano Rajoy, a lo que Rajoy representa de apertura hacia posiciones más centradas y moderadas. Como tantas otras cosas que estos días se vienen diciendo en torno a la crisis del PP, no es cierto. Una simplificación más, casi una caricatura de la realidad. Creo conocer bien a este diplomático, aún joven, verdaderamente versado en muchas cosas, un auténtico especialista en varias, culto y simpático. Una cierta arrogancia intelectual y estética le genera la enemistad de algunos de sus correligionarios, y es cierto que en ocasiones sufre de falta de contención verbal a la hora de referirse a terceros, pero quién no cae en este pecado en nuestros días. Quiero decir que Rajoy, con buen acuerdo, ha decidido que no puede prescindir de alguien como Arístegui, que tan buenos servicios ha prestado en el Gobierno y en su partido. El hecho de que en alguna ocasión estuviese ligado a Jaime Mayor Oreja -él, sí un «disidente» de ciertos aspectos de la política de Rajoy, en especial por lo que se refiere al no rechazo a un acercamiento a los nacionalistas- no lo invalida; ni lo invalida su indudable sintonía con María San Gil, a la que algunos, de manera un tanto cainita, quieren presentar ahora como una mezcla de Maquiavelo y Mata Hari; es la locura de las peleas internas en los partidos políticos cuando vienen mal dadas. Que todo se convierte en sal gorda. Soy de los que creen que San Gil se precipitó en el portazo: ahora se lo dicen también algunos de los suyos. Una etapa precongresual como la que vive el PP está para debatir, no para exigir, para cerrar filas, no para proclamar públicamente la disidencia. Ha perdido ella muchos años de constancia ejemplar en el sufrimiento; quizá se ha sentido herida por un trato excesivamente rudo, pues ya se sabe que el protocolo, entendido en un sentido amplio, es lo que genera mayores agravios entre esos especímenes tan complicados con los terrícolas. Puede que, si de verdad, como ahora admite hasta el Vaticano, existe vida en otros planetas, por ahí fuera hayan intentado otras formas mejores de relación los unos con los otros. No es difícil mejorar las que nos gastamos por aquí. Rajoy, sin duda, se ha equivocado no mimando lo suficiente a los suyos. Él no es hombre dogmático y, no obstante, ha actuado como un sectario, refugiándose en los incondicionales y no yendo al encuentro de opiniones diferentes. Él, la verdad, no es demasiado valiente, pero aquí ha actuado como un auténtico timorato. Pero no es ahora, ante el congreso de Valencia, el momento de pasarle facturas. Y tampoco estoy seguro de que las facturas a pasar hayan de ser tan elevadas como la de San Gil. De momento, díganme ustedes si ven alguna alternativa mejor que Rajoy para liderar el principal partido de la oposición. Y, si lo hay, que lo digan.

Pienso, ya digo, que el caso de Arístegui es distinto. Alguien le convenció, parece, de que tenía seguidores suficientes como para poder levantar bandera en el congreso valenciano. Parece que lo ha pensado mejor,

No creo que le apoyasen demasiados compromisarios: Rajoy sigue teniendo, dicen los recuentos provisionales, una cómoda mayoría. Y eso es lo que algunos de los «cerebros de la conspiración» -pero ¿quiénes?- parece que pretenden: descabalgarlo para que no reciba los apoyos de los compromisarios que le siguen considerando como la mejor solución para el PP. Que son, como digo, la mayoría.

Arístegui tiene un futuro espléndido en la política del PP si no comete errores ni se deja llevar por una ambición prematura. O por rivalidades absurdas. O por la locuacidad excesiva. O por los cantos de sirena de algún periodista, beligerante hasta el extremo por motivos que aún no tengo claros. Y Arístegui tiene futuro, entiendo, por ahora, al lado de Rajoy, no frente a Rajoy. Eso es, me parece, más o menos lo que el presidente del PP vino a decirle en su conversación «mano a mano» de este viernes. Veremos si dio resultado.