Por esa inquietante manía que tienen los progres de clasificar las sensibilidades, ha nacido el bando de los duros, que viene a sustituir a lo que todavía no hace mucho llamaban la derecha extrema. Creo yo que es así, porque en la clasificación de hoy coinciden los clasificados de ayer.

Al «ala dura política» pertenecerían, por ejemplo, María San Gil, Zaplana, Acebes, Jaime Mayor Oreja y Alejo Vidal Cuadras, entre otros. Las principales características de estos peligrosos extremistas consistirían, tal como lo define el órgano oficial de los progres, en defender «la esencia de España», la lucha contra la ETA, la libertad en el País Vasco, la unidad territorial y en mantener a raya al nacionalismo, cosas todas ellas, como el lector comprenderá, absolutamente reprobables desde cualquier punto de vista ético y estético.

Por ese motivo, y como donde hay duros tiene que haber blandos en defensa de un equilibrio ecológico, estos últimos estarían por no combatir a los terroristas en tanto se pueda negociar con ellos, se mostrarían, digo yo y para fastidiar, en contra de la libertad en las Vascongadas, favorables a trocear España y en perfecta coyunda con el nacionalismo.

El Partido Popular ya ha entrado en esa división de los duros y de los blandos, donde los últimos suelen ser jauría. De hecho, a María San Gil los llamados blandos se le están echando encima como cuando Nicolás Redondo Terreros se sentía un jabalí al que le mordían las patas sus «compañeros» del PSE, partidarios de pactar con los nacionalistas otra concepción distinta de España y de negociar con los etarras.

Mucho me temo que detrás de esta larga cambiada del marianato se encuentra una reconversión parecida a la del socialismo y que a María San Gil ya la está acuchillando por la espalda el Patxi López de turno. Si es así, que vaya haciendo sitio Rosa Díez en su pequeño partido, llamado a ser grande. Y a resistir.