El hombre de Atapuerca, o sea, Manuel Fraga, se dedica estos días a apadrinar a su ahijado el alcalde de Madrid. Fraga, a estas alturas, es el hechicero de la tribu, el fundador. No sabemos, sin embargo, por qué no nos lo ha revelado el boletín oficial de los progres, que es el que reparte carnés, si pertenece a los duros o a los blandos del PP. Los duros, ya lo he escrito, es la denominación de origen que sustituye en el bestiario progre a la derecha extrema. Según esa clasificación, Manuel Fraga, el artífice de la ley de Prensa y figura indiscutible en Montejurra, debería estar entre los más duros del barrio, en el bando de los ultraduros. Pero, insisto, no lo sabemos porque no nos lo ha dicho quien nos lo tiene que decir.

Lo que sí sabemos es que el hechicero de la tribu ha recriminado a Esperanza Aguirre por causarle problemas al partido y que la presidenta de la Comunidad de Madrid le ha pedido al abuelo Cebolleta que aclare qué tipo de problemas son los que causa. El abuelo Cebolleta, que se sepa, no ha respondido, no sé si porque no ha oído o no ha querido entrar en cruces dialécticos.

Sin embargo, si hay alguien en el Partido Popular que no debería acusar a otro de causar problemas es precisamente su fundador. O hay que recordarle a Fraga lo que ocurrió con el «Prestige» y los daños y problemas que ocasionó por no haber actuado con la diligencia oportuna. El lector sí recordará, en cambio, cómo el fuel embadurnaba las costas de Galicia mientras su presidente estaba de montería. ¿O no fue así?

Los problemas causados al partido se cuentan por docenas en el caso de Fraga, empezando por el tardofranquismo que él mismo proyecta. Y hablo sólo de los causados en su última etapa gagá, ni siquiera me refiero a los que se evitaron, como cuando se empeñó en que Isabel Tocino fuese su sucesora en vez de Aznar y hubo que bajarlo del caballo entre Miño y Puentedeume.