No disertaré sobre este tipo de équidos, sino más bien comenzaré por asegurar que en algunas ocasiones, los burros se suben o montan a los caballos. Éste es el caso demostrado recientemente por algunos mal llamados jinetes, que han hecho perecer a veintitrés «nobles brutos» en las fiestas del Rocío. Todos ellos han sucumbido a los malos tratos, al esfuerzo continuado, a la falta de alimentación y agua y, lo que es peor, a las horas excesivas en los que estuvieron sometidos a esfuerzos considerados inhumanos. Quienes de esto saben, pues conocen este tipo de fiestas, aseguran que muchos más ejemplares han vuelto a casa cojos, aquejados de agotamiento extremo, despiadadamente utilizados bajo altas temperaturas y que morirán próximamente sin remedio.

¿Quiénes son los burros? Imagino que a estas alturas ya se habrán dado cuenta. Las autoridades poco han podido hacer al respecto, aunque las cuantías de las multas de la Junta de Andalucía para estos casos pueden ser cuantiosas. Papel mojado. No ha se ido más allá de alguna denuncia por parte del Seprona en los casos de delito flagrante, cual sorprender a un propietario apaleando a su montura desplomada en el suelo hasta hacerla morir. España es tierra legendaria de toros y caballos, pero el trato con ellos no ha variado o puede que haya ido a peor desde los albores de la Edad Media. Un país también se mide por el modo en que son tratados sus animales y en mi vara personal para tallar estos actos, el resultado es que en muchas ocasiones seguimos siendo unos enanos mentales.

Por si alguien se le ocurre justificar estas actuaciones con otras similares, puedo decir que conozco situaciones en las que los caballos han perecido no a miles, sino a cientos de miles. Por poner un ejemplo de crueldad acudiré no a las guerras napoleónicas en su conjunto, me basta para ello con citar como ejemplo la campaña de Rusia dirigida por el genial corso, que comenzó con la invasión tardía de sus territorios y como objetivo final Moscú. En las marchas forzadas a las que se sometió en aquellos días a la caballería, perecieron miles de caballos por extenuación. Otros quedaron dañados irreversiblemente por causas tan fáciles de evitar como las lesiones provocadas por un mal aparejamiento de las sillas o las horas que los jinetes permanecían montados sin darles descanso.

El punto más alto del dorso de un caballo es la llamada cruz. Lugar próximo a la intersección con el cuello, donde las vértebras de la columna se alzan formando una protuberancia respecto al resto, y donde la fricción de la silla puede ser causa de lesiones dolorosísimas. En muchos casos, éstas comienzan a gangrenarse y a pudrirse, llegando a situaciones límite, tales como que el animal sigue siendo utilizado mientras los gusanos proliferan en su espalda. Dicen las crónicas que aquel verano un destacamento de caballería siempre iba precedido por el nauseabundo olor de la putrefacción. Luego vendría el invierno y la retirada, por lo que el número de animales que regresaron constituyó casi una anécdota.

Guerras aparte, en las que algunos comportamientos de crueldad son inevitables, sí son evitables los comportamientos sádicos que en España proliferan con todo tipo de especies. No me siento cómodo rodeado de bastantes seres humanos que se divierten alanceando novillos, despeñando cabras desde las torres de las iglesias, torturando toros en los cosos, apaleando a sus perros o ensartando gatos en las púas de sus horcas. Así que, si con estas líneas he podido acercarme y acercarles a la aclaración de quién es el burro y quién el caballo, me doy por satisfecho.