La misma palabra aparece muy poco en el relieve de las letras de molde. Incluso durante las conmemoraciones de este año, rememorando los sucesos del 2 de Mayo de 1808, se procura evitar, ignoro por qué oscura razón o vergüenza colectiva. Tengo la impresión de que se lleva poco, o nada, el vocablo y el concepto de patriotismo, que sigue teniendo expresiones apasionadas cuando se trata de los colores de un equipo de fútbol. Consistía en amar y respetar el lugar donde uno ha nacido -o donde acaba por afincarse, que a nadie se le debe regatear ese derecho. Desde el punto de vista global, somos un vivo ejemplo, cuando a la cabeza de una buena porción de España, gobernando y representando al pueblo catalán, hay un andaluz de nación. Precisamente ahora estuve releyendo algunos pasajes de un interesantísimo libro, editado hace una decena de años y escrito por alguien muy inteligente y cultivado, que lo redactó para esclarecer la diplomacia mundial, desde Richelieu hasta nuestros días. Se trata de Henry Kissinger. Llegó a ser secretario de Estado, o sea ministro de Exteriores de los EE UU y no pudo llegar al más alto puesto, precisamente por no haber nacido en los Estados Unidos, asunto muy preciso en su Constitución que, aunque haya quien sonría o se escandalice, es casi siempre cumplida por políticos y ciudadanos.

El patriotismo, como el resto de las convicciones y emociones humanas, debe tener la precisa dosis de inteligencia y conocimiento. Querer porque sí es poco racional, y tampoco es de recibo amar un lugar por ser hermoso, fértil y rico. ¡Así, cualquiera! Se ama porque es de uno, como a un hijo, al fruto de un trabajo, por humilde que sea tenido.

Circunstancias lamentables han permitido que se yerga de nuevo la fatídica serpiente etarra, letal y cegata, que encabeza a quienes se llaman públicamente «patriotas», que eso es lo que quiere decir en vascuence «abertzale». Tratan a su país y a la mayoría de los habitantes como si ellos fueran tropas de ocupación exterminadoras. Es un bellísimo territorio favorecido por una Naturaleza generosa, y sus habitantes antaño acogedores. Hoy produce recelo tenerles próximos, incluso a los que se escapan de la ignominia de pagar el «impuesto revolucionario». Durante un tiempo no muy lejano tuve la suerte de vivir unas temporadas allí, para comprobar que la gente en todas partes tiene una capacidad de resistencia a todas las adversidades que permite una extraña y habitual convivencia. Se ha enconado la lucha que parecía acabada y siguen los plutócratas, los industriales y los comerciantes pagando el humillante tributo del «impuesto». La multa para los morosos puede ser la vida. Los jóvenes, ya de otras nuevas generaciones, sin grandes perspectivas personales, sometidos a un semianalfabetismo bárbaro, adquieren experiencia con los tirachinas. Tuve uno en mis manos y certifico que se trata de un arma homicida cuidadosamente fabricada para matar. Por ahora sólo están cerca.