En mayo de 1968, Francia le dio la vuelta a la tortilla y transmitió al mundo la revolución de Mayo del 68. Revuelta estudiantil, salida de madre, que ocasionó una tiritona al Estado francés y un ataque de pánico a sus partidos democráticos.

Cuarenta años más tarde, en mayo del 2008, en Asturias algunas cosas parece que también se han vuelto del revés. Por las calles de Tarna anda, revolucionariamente suelto, un urogallo, una de las aves más misteriosas y esquivas que existen. Son especie protegida, aunque Manuel Fraga mató uno hace años en una jornada de caza donde, por desgracia, apuntó bien. Anteriormente, y es un hecho histórico, en otra cacería apuntó tan mal -aunque hay opiniones que afirman justamente lo contrario- que dio de lleno en el culo de la hija del mismísimo general Francisco Franco, de quien Fraga era ministro.

Lo han bautizado como «Mansín» (al urogallo, no a Fraga) porque el faisán se muestra tierno y confiado con los vecinos de Tarna, a la vez que despliega su plumaje, gesto de pasión característico que denota su deseo de aparearse. Y es que por lo que se ve, por los frondosos bosques, no hay manera.

Pienso que habría que acudir a Cantabria, que siempre nos ha sacado de estos trances. Hace años, hubo problemas con la reproducción de la ganadería vacuna, y el entonces presidente cántabro, Hormaechea, político independiente afín al PP y que se permitía llamar «Charlotín» a Aznar, nos vendió raciones de semen, para nuestras vacas roxas (rubias). Procedían de un semental americano, de nombre «Sultán» y del que la Administración cántabra, quiero decir, los responsables de su matraqueo, pretendía cuarenta mil dosis de esperma para su distribución. Demasiado, por muy americano que fuese. Por lo que pronto hubo que operarlo de rotura de ligamentos (de rodilla), más tarde y en el momento en que realizaba un salto coital sobre una rubia (roxa) vaca sufrió una luxación (de rótula) que le apartó de sus quehaceres. Mal terminó aquel semental.

Hace poco el actual presidente cántabro, Revilla, nos prestó un oso macho, llamado «Furaco» por ver si acierta con el de nuestras osas «Paca» y «Tola». Pero la cosa va lenta. «Ta Mansín el Furaco», decía una señorina por la tele. «Esti Furaco ye sólo de nombre», añadía su marido. El veterinario del macho agregó ayer, en este periódico, que «el estrés inhibe el celo de las osas». El caso es que la cosa nos ha puesto nerviosos a todos. A ver si, ¡por Dios!, Revilla nos saca de la última frustración sexual animal, encarnada también en «Mansín», el urogallo.

Creo llegada la hora en que el Gobierno en pleno del Principado, revestido de máximo ceremonial, acuda -en procesión laica- a que le pasen el agua a la sombra de algún carbayo de nuestro Paraíso Natural.

No sé si es cuestión de una política sexual mal dirigida o de un calentamiento global no digerido. Pero, ciertamente, corremos el peligro de que la fauna asturiana casque por falta de casquetes.