Este Rajoy, que llamó bobo solemne a Zapatero, se está revelando entre majagranzas y trincapiñones, que son dos categorías de necio con solera y galones. La primera viene, si no me equivoco, recogida en el Quijote. Lo de trincapiñones o tontucio se asocia al poco juicio. A los trincapiñones se les conoce también por zampabollos, zampatortas y zorzales.

Pues bien, una de dos, o el líder del PP se ha convertido de la noche a la mañana en espía del PSOE para cargarse el partido que él mismo está llevando en estos momentos hacia el precipicio o es un necio de campeonato. De no darse ninguna de estas particularidades, no tendría explicación lo que está sucediendo.

Cualquier persona decente y con algo en la sesera sabe que la dimisión de María San Gil no se debe a un capricho de la presidenta popular del País Vasco, que ha encarnado como nadie los valores que decía defender Rajoy hasta el pasado 9 de marzo. Nadie como ella ha personificado la lucha de los demócratas en una tierra donde la ausencia de libertades equivale al enorme riesgo que asumen quienes combaten el nacionalismo.

Rajoy le ha enseñado la puerta a María San Gil, lo mismo que a otros, pero, por ser quien es, de modo más doloroso para la militancia y los que todavía saben distinguir a una persona valiente y con principios de un oportunista que busca en la política el modo de medrar. A San Gil no le ha quedado más salida que la de la dignidad. Ya la están acompañando otros símbolos de la resistencia.

Escribí que ésta era una operación similar a la de Nicolás Redondo Terreros en el Partido Socialista, cuando los jabalíes le mordían las piernas. Aznar le pidió a su sucesor que mantuviese a los mejores, pero Rajoy, empeñado en destruir su obra, no le ha hecho caso. Lo que le queda al ex presidente, que cometió más de un error, es pedir perdón por el mayor de todos: el majagranzas.