Los predicadores del alba deciden la marcha de la guerra civil del PP. Dictan o reprueban comportamientos desde trincheras periodísticas. Su descarada ofensiva para la demolición de Rajoy, que ya ha desbordado todos los límites de lo aceptable, es de corte conspirativo. Sin embargo, la ofensiva tendría poco recorrido si hubiera un mínimo de organización en la cadena de mando del partido. Pero lo que hay es desgobierno, caos, provisionalidad, falta de cargos intermedios y un líder con dificultades para comunicarse con su propia gente.

Frente a la existencia cierta de una conspiración exterior (predicadores del alba con aliados interiores), inexistencia de una conspiración interior. O sea, la falta de una defensa propia organizada para romper el brazo mediático del antimarianismo, de modo que la militancia del partido no tuviera que nutrirse sólo de las consignas que recibe desde la Cope y «El Mundo».

Nadie hace ese trabajo de contrapeso en el entorno de Mariano Rajoy, donde reina la incertidumbre. Se vive en un permanente sobresalto y nadie es capaz de imponer un mínimo de disciplina sin saber cuál va a ser el próximo sartenazo. Por tanto, lo que los conspiradores encuentran en el puesto de mando de Génova es desgobierno y desorientación. Lógico. Hay un general, que cada día se declara «motivado», «con ganas», sabedor de «lo que tengo que hacer», etcétera, pero sin coroneles, ni tenientes, a la espera de que el congreso de junio rellene esas casillas ahora vacías.

Y entretanto, leña al mono que es de trapo: insultos, descalificaciones, convocatoria de afiliados por SMS para protestar ante la sede del partido y creación de climas inducidos para acelerar la caída de Rajoy. Quieren echarle a patadas del sillón donde le colocó a dedo el refundador, José María Aznar. Y ahí le duele. En el final del ciclo aznarista no parece que la persona indicada para renovar el partido sea una criatura digital del aznarismo como Mariano Rajoy.

El modelo de partido creado por Aznar -en realidad, por Álvarez-Cascos, que cumplió a la perfección el encargo-, se ha revelado incapaz de generar líderes nuevos. Los únicos con visibilidad (Rajoy, Aguirre, Rato, Mayor Oreja, incluso Gallardón) pertenecen a un modelo y un ciclo político amortizados.

Así que, por un lado, la falta de una defensa interior organizada para afrontar la conspiración contra Rajoy. Por otro, las contradicciones de un partido que busca la remontada con fórmulas agotadas. En conclusión, si no se alza pronto un banderín de enganche, susceptible de convertir la ira contra Rajoy en alineamiento favorable a un candidato alternativo, puede que lo peor aún esté por llegar en la fratricida guerra del PP.