Tal día como hoy, hace doscientos años, en la sala capitular de la catedral de Oviedo se fundó la nación española libre cuando un puñado de súbditos se declararon soberanos, luego libres y ciudadanos. Si de poner un punto de partida se trata, más que en Cádiz en 1812 habría que situarlo en el Oviedo de 1808.

No fue sólo una revuelta, que ya se había producido el día 9, cuando Marica Andayón, en Cimadevilla, gritó «¡Abajo el imprimido!» y antes en Madrid, el Dos de Mayo, pero con un sentido muy distinto, pues, a fin de cuentas, intentaban salvar a los infantes de una monarquía absoluta, un gesto heroico pero del mundo que estaba a punto de morir.

En Oviedo es donde estalla la revolución liberal española, que, como toda verdadera revolución, parte de una institución y la supera -la mayoría de los integrantes de la Junta General eran o afrancesados o cobardes o las dos cosas- así que ya me dirán qué celebró la actual Junta General el pasado viernes. Ojo, el viernes, para poder estar hoy descansando en sus mansiones y posesiones, rodeados de mil molicies.

De Oviedo, cuna de España, a Cádiz. En el oratorio de San Felipe Neri batieron un récord mundial de concernidos por una misma Constitución, para que luego vengan los del 98 y sus sucesores hipermasoquistas a avergonzarse de España.

Y así hasta la fecha sumando a la revolución liberal la marea democrática y con las interrupciones y paréntesis que están en la mente de todos.

Covadonga en 722 y Oviedo en 1808, por dos veces España, primero como reino altomedieval y después como nación libre, arrancó desde Asturias.

Como vivimos dominados por los afrancesados -ZP celebró el Dos de Mayo regalando un libro sobre los traidores y no sobre los patriotas-, el 25 de mayo apenas se recuerda. Pero que conste en acta. Covadonga, Oviedo... ¿habrá una tercera ocasión?