Cumplía Radio SER Gijón veinticinco años y el escenario del Jovellanos se convirtió en locutorio con fotos donde ofició Pachi Poncela magníficamente. Y por allí nos hizo desfilar a varios de los culpables de ese cuarto de siglo de radio, Uno faltó, Paco Seijo, que ya se nos fue, y desde el primer segundo de tan peculiar emisión cara al público, se nos subió el punto de la emoción y no lo soltamos hasta que se le hizo entrega a Quini, en la persona de su hermano Falo Castro, del decimocuarto premio «Gijón, ciudad abierta».

Fue algo más que bonito reencontrarse con algunos que frecuento menos como Marta Reyero, Montse Martínez, José Antonio Mori, Joaquín Carvajal o Juanma Castaño; con otros que veo más a menudo como Javier Asenjo, Manfredo Álvarez, Toni Rodero, Pablo Palacios, Falo Cuesta, Paco Aresti, el propio Pachi o Severino Fernández que, desde el patio de butacas, observaba: él, que tanto magisterio ejerció indirectamente en Radio SER Gijón al habernos enseñado tanta radio a algunos de los actores de este feliz invento tan hondamente incrustado en Gijón; él, que es tan de Oviedo, tan de Les Segaes y tan oviedista.

Porque algo que los gijoneses tenemos como tan nuestro fue propiciado, indirectamente, ya digo, por uno de Oviedo, Severino, y por otro asevillanado, Eugenio Fontán, en aquel 83 director general de la SER y al que, según confesión propia, Gijón le parecía «una ciudad fea», quizá porque la conoció en un día de gris lluvia. Afortunadamente, al queridísimo Severino Fernández, bromas aparte y por los muy directos indicios que tengo, Gijón le parece villa con su cosa guapa.

Veo por aquí que a Ramón Alvargonzález le siguen doliendo gijonadas tales como la no conservación por los evos de los evos de la nave de Lantero, cuya madera, nos dice, terminó como pira de un festejo sanjuanero. Pues éste del fuego purificador no deja de ser un final feliz y hasta útil. No comparto con el profesor y con tantos como él esa especie de veneración conservacionista a ultranza. Si a la gente nos da por morirnos, ¿a qué estos intentos -vanos, eso está demostrado-, de que nuestras obras se conviertan en eternas? Tendré que esforzarme más duramente en la comprensión de tal argumento -cómo en ese otro de orden climático que destilan los múltiples Al Gore que en el mundo son-, porque seguramente me he perdido por entre alguna aviesa premisa.

Como no comprendo la consternación de los bardos y bardas biempensantes que me andan estremecidos porque Arturo no actúe en Gijón por Begoña y hasta pidiendo rectificaciones: igualito a estos tembleques del tiempo porque el ala ultra se le soliviante a Rajoy. Es como si a Sarkozy le dieran temblores por la existencia de los lepenistas. Tiene que haberlos y punto. Lo antinatural es que se hubieran sublimado.

Aquellos señores Fontán -Eugenio y, sobre todo, Antonio, ellos, tan del Opus- tampoco dudaban de que una cosa era la derecha y otra la ultra, inevitable como el cambio climático. El abrupto desmenuzamiento de la UCD confundió a demasiados. No a Fraga. Pues así nosotros: si hasta Gabino se jubila y se queda sólo con las dietas, así los maestros del humor espeso como Arturo, Pajares y Esteso, o, en su campo, más peligrosos, Le Pen, Bossi o Haider: inevitables, pero fungibles. Hasta Rajoy se ha dado cuenta ya.