Decía Ortega que «eso que se llama "crisis" no es sino el tránsito que el hombre hace de vivir prendido a unas cosas y apoyado en ellas, a vivir prendido y apoyado en otras, mas para decidirlo tiene antes que forjarse un sistema de convicciones». Un hecho aislado, así sea el que más reacciones contradictorias provoque, no explica la compleja realidad de los grupos humanos y, menos aún, su conducta. Es preciso integrar tales hechos dentro de las expectativas que esos modelos sociales, y en nuestro caso políticos, generaron en quienes los realizaron. Los hechos y los dichos protagonizados en estas últimas semanas por Ortega Lara, María San Gil, Ruiz -Gallardón, Mariano Rajoy o Esperanza Aguirre serán puro drama, crónica rosa o cronicón, si no se integran en el complejo mundo de las convicciones que han configurado el ser y el actuar del Partido Popular durante estos últimos años.

Lo que nadie puede negar a Ortega Lara y a María San Gil es que su forma de actuar ha sido coherente con sus convicciones y con las que el PP ha defendido hasta ahora. Mariano Rajoy y su equipo han emprendido una nueva cordada para vivir prendidos y apoyados en otras convicciones y otros modelos de ejercer la política.

El problema radica en que la mayoría de los afiliados y votantes del PP que transportan el equipaje de los votos desconoce las nuevas acampadas, carece de los campamentos de apoyo y no tiene claro que se pueda alcanzar la meta con el nuevo bagaje que les ha suministrado el «equipo Rajoy». Don Mariano ha generado una crisis, cierto, pero negativa al no engendrar certeza en las bases. Amparados como estaban bajo un sistemas de ideas, valores y principios constitucionales, defendidos una y otra vez por sus líderes, se les despierta a media noche para iniciar un éxodo que tiene todas las apariencias de conducirlos a la intemperie del desierto.

«Sí hay crisis don Ovidio», pues si las convicciones, las certezas y la doctrina que hasta ahora fueron la guía del PP se «deben adaptar para ganar» es que don Mariano intenta organizar la compleja realidad política española con otros modelos. Y si en lo de ganar hay coincidencia, el problema proviene del verbo adaptar con el imperativo que le acompaña.

¿Qué es lo que se debe adaptar? Intentar despejar la incógnita del problema apelando a la necesidad del cambio generacional o al frente combativo de los «duros», o a que han cambiado los adversarios políticos, suena a estratagema pero no a estrategia. Yo me puedo adaptar al arado tirado por un cebú para sembrar arroz en zonas de la China profunda, pero pensar que voy a ganar el mercado mundial del arroz con semejante adaptación es una insensatez. Todo cambio es, por el contrario, superación de modos y formas de ser y actuar desacordes con los avances sociales o afianzamiento de todo lo bueno conseguido. Adaptar connota supervivencia pero no superación. Hay «cambio de gobierno o de presidente», pero no adaptaciones.

Y si don Mariano lucha por conseguir el cambio de un modelo socialista de gobierno por otro liberal-conservador, el suyo ¿lo va a conseguir con sus adaptaciones curriculares?

Hay crisis porque millones de españoles ven con inquietud cómo los modelos y las normas constitucionales que regulan nuestra convivencia como ciudadanos, en igualdad de derechos y deberes, se están alterando sustancialmente con nocturnidad y alevosía. El partido que capte el mensaje y lo afronte con valentía será el que se alce con la victoria. Ahí tienen a Rosa Díez.

No es cuestión de adaptación, sino de superación. Si se aclimatan sobrevivirán, tal vez, unos cuentos del gremio. Si se superan, harán oposición y podrán convencer, así, a millones de españoles de que su modelo es mejor.

Hay crisis en el PP porque la hay en la sociedad española. Limitarse a tratar la primera sin afrontar la segunda es como abordar una pandemia hospitalizando únicamente a los enfermos de una barriada. Si el Congreso de Valencia aborda valientemente la crisis de los modelos y las convicciones que configuran la sociedad española actual, habrá merecido la pena semejante crisis. Si sólo se limita a diagnosticar la gripe del partido, lo único que conseguirá será agravarla aún más.

José Luis Magro es profesor de Filosofía.