Siempre tuve la impresión de que escribir regularmente en un periódico glosando la actualidad es un inevitable recurso de flojedad imaginativa. En todo caso, coto asignado a profesionales entrenados que atienden a varios compromisos cotidianos, donde elegir el tema que tantas veces supone un espacio en blanco delante de nuestros ojos. Como hijo de mi tiempo -por inercia y hábito- consumo periódicos, admirando a unos, criticando a otros. Si un hombre muerde a un perro, pues se dice, si no hay algo mejor, y punto, completada la información con las edades del pobre can y del caníbal, amén del lugar y las circunstancias, salvo el dato, si se produce, de que el individuo padeciera hidrofobia contagiosa. La atenta lectura de la prensa, sin embargo, ofrece asuntos que están -a mi modesto juicio- mal considerados. Son el relato de actos humanos insólitos, sorprendentes, merecedores de saltar al primer plano, pero que con gran frecuencia permanecen en la semiclandestinidad de las páginas interiores pares.

La presente semana se ha inaugurado con una información que sobrepasa en interés y novedad incluso a la payasada escatológica de Chikilicuatre, un zascandil a quien estuvieron a punto de degradar, tomándole en serio, tanto como la incongruente hecatombe producida en el seno del Partido Popular, el otro meritorio de Eurovisión. Curiosa actitud de quienes rompen la baraja -o fingen hacerlo-, pero que pretenden seguir jugando con los trozos desunidos, aunque, de momento, no haya otros de repuesto. Algo sobre las mudanzas desaconsejaba San Ignacio, en tiempos difíciles, algo tan lógico como incitar al cambio de coche en un París-Dakar, en medio del desierto y sin recambios en las cercanías.

Lo que ha llamado mi atención ha sido la noticia despampanante de que un síndico de Cuentas haya devuelto a la Universidad de Oviedo una cantidad percibida erróneamente y en contradicción con la excedencia disfrutada, que lo tenía prohibido. ¿Se dan ustedes cuenta? Es irrelevante la cantidad -3.000 euros-, y ni siquiera asoma la sospecha de una intención dolosa. Se trata de un complemento de antigüedad que teóricamente correspondía al sujeto, pero estaba especialmente excluido. Normalmente el asunto tiene fácil remedio: quien paga lo innecesario -la Universidad- lo reclama y quien lo ha recibido lo devuelve. Ahí está lo insólito, lo escandaloso, algo que de propagarse supondrá un certero bombazo bajo la línea de flotación de la burocracia. Imaginemos a las docenas o centenares de diputados, senadores, ediles, funcionarios fijos y eventuales que trincan en varias nóminas devolviendo, contritos y voluntariamente, la fraudulenta pasta recibida. Pone los pelos de punta sospechar que Roldanes, Corcueras, Rafaeles Vega, los capos de las rías gallegas populares, de otras formaciones políticas, soldados a los Presupuestos Generales, se vieran afectados por el impulso irresistible y reembolsasen las sumas incorrectamente recibidas. No sólo los individuos sino la infinita profusión de coartadas en forma de sarcásticas organizaciones no gubernamentales. ¡La repera!

Soy adversario de la censura previa y siento escasa estima por la autocensura, pero recomendaría que casos como el del mentado síndico se silencien ante la posibilidad de una catástrofe fiscal y un estremecimiento de los pilares de la democracia. Si los que se embolsan cantidades hurtadas decidieran devolverlas, imaginen el embrollo contable que colapsaría la economía y revelaría la situación de paro en millares de puestos adscritos a la Administración del Estado, de los partidos, los sindicatos, las ONG, el trono, el altar y la repanocha. Un desastre.