La llegada de José María Aznar a la presidencia del PP dio el pistoletazo de salida a la doctrina de la conspiración, una copia europeizada de la estrategia de la polarización diseñada por Karl Christian Rove, el arquitecto de la victoria de George W. Bush y principal ideólogo de los neocom norteamericanos. Claro que la copia española de la estrategia norteamericana fue más brutal. Siempre ocurre así, a lo largo de la historia.

Aplicando los parámetros de acoso a Felipe González, con ayuda mediática y judicial, José María Aznar, llevando la tensión a las instituciones al límite, consiguió finalmente una victoria precaria en las elecciones de 1996.

La estrategia de la confrontación sirvió para obtener la mayoría absoluta ante la profunda crisis del PSOE. Ahora es un proyecto agotado. La escenificación de esa agonía es la foto en soledad de Federico Jiménez Losantos en el banquillo de los acusados.

Mariano Rajoy va a salvar provisionalmente su liderazgo porque ha sido el primero en darse cuenta de que el proyecto actual del PP está totalmente agotado. La sociedad no va a respaldar la bronca como metodología política y la demostración de este aserto es que precisamente ha sido la confrontación lo que le ha dado la victoria a José Luis Rodríguez Zapatero.

En el PP, los nostálgicos de la «resistencia» -en concepto acuñado por Jaime Mayor Oreja- están siendo barridos por la mayoría que intuye que el camino de los ideales inamovibles no conduce más que al monopolio de la oposición. Los duros del PP no consiguen movilizar adhesiones en este final de ciclo que todavía no se ha conceptualizado pero que lo ha intuido la sociedad española.

No sabemos cómo va a ser el tránsito a la nueva estrategia del Partido Popular; ni siquiera sabemos si ese salto necesitará una fractura del partido en dos universos irreconciliables. La Iglesia católica también tiene ese debate en paralelo en el que la clarificación del papel de la COPE tiene que ver con los nuevos tiempos que se avecinan. Los líderes del PP tienen que decidir la duración de su catarsis. De momento, el Gobierno, sin hacer nada más que estarse quieto, ha doblado su ventaja en las encuestas sobre el PP.

La llegada de José María Aznar a la presidencia del PP dio el pistoletazo de salida a la doctrina de la conspiración, una copia europeizada de la estrategia de la polarización diseñada por Karl Christian Rove, el arquitecto de la victoria de George W. Bush y principal ideólogo de los neocom norteamericanos. Claro que la copia española de la estrategia norteamericana fue más brutal. Siempre ocurre así, a lo largo de la historia.

Aplicando los parámetros de acoso a Felipe González, con ayuda mediática y judicial, José María Aznar, llevando la tensión a las instituciones al límite, consiguió finalmente una victoria precaria en las elecciones de 1996.

La estrategia de la confrontación sirvió para obtener la mayoría absoluta ante la profunda crisis del PSOE. Ahora es un proyecto agotado. La escenificación de esa agonía es la foto en soledad de Federico Jiménez Losantos en el banquillo de los acusados.

Mariano Rajoy va a salvar provisionalmente su liderazgo porque ha sido el primero en darse cuenta de que el proyecto actual del PP está totalmente agotado. La sociedad no va a respaldar la bronca como metodología política y la demostración de este aserto es que precisamente ha sido la confrontación lo que le ha dado la victoria a José Luis Rodríguez Zapatero.

En el PP, los nostálgicos de la «resistencia» -en concepto acuñado por Jaime Mayor Oreja- están siendo barridos por la mayoría que intuye que el camino de los ideales inamovibles no conduce más que al monopolio de la oposición. Los duros del PP no consiguen movilizar adhesiones en este final de ciclo que todavía no se ha conceptualizado pero que lo ha intuido la sociedad española.

No sabemos cómo va a ser el tránsito a la nueva estrategia del Partido Popular; ni siquiera sabemos si ese salto necesitará una fractura del partido en dos universos irreconciliables. La Iglesia católica también tiene ese debate en paralelo en el que la clarificación del papel de la COPE tiene que ver con los nuevos tiempos que se avecinan. Los líderes del PP tienen que decidir la duración de su catarsis. De momento, el Gobierno, sin hacer nada más que estarse quieto, ha doblado su ventaja en las encuestas sobre el PP.